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Juan Manuel González

Crítica: 'Historias de miedo para contar en la oscuridad', producida por Guillermo del Toro

'Historias de miedo para contar en la oscuridad' es una verdadera delicia, una película de terror con niños pero apta para mayores. Porque sí, da miedo de verdad.

La solución lógica a la hora de adaptar la colección de relatos infantiles Historias de miedo para contar en la oscuridad, obra de Alvin Schwartz e ilustrada originalmente por Stephen Gammell (antes de ser censurada), hubiera sido el formato antológico conocido por películas como Creepshow, Bolsa de cadáveres o la más reciente Truco o trato. Historias cortas convertidas en compartimentos estancos, unidas únicamente por la marca original de la serie de cuentos ilustrados del prolífico Schwartz y alguna leve excusa argumental.

Guillermo del Toro, aquí en calidad de productor y guionista, y su director André Øvredal (La autopsia de Jane Doe) han optado sin embargo por integrarlas en un solo relato nostálgico y a la moda, sobre todo después del mastodóntico éxito de Stranger Things y de It y su secuela de estreno inminente, en la que los monstruos y situaciones procedentes de películas, cuentos y pesadillas varias aparecen de la nada para perseguir y asesinar a sus protagonistas. Desde luego, resulta un recurso convencional (e Historias de miedo..., desde luego, tampoco es un dechado de originalidad) pero también uno muy adecuado en tanto permite articular una historia de horror clásico pero con varios niveles, donde los monstruos de los libros de Schwartz cobran vida de una manera inesperadamente brillante, descaradamente divertida y pulp (y, a la vez, intensa y "real") y también justificable en términos de negocio.

Una pandilla de chicos de la típica "small town" estadounidense se interna en una casa encantada donde les espera un libro lleno de secretos y "algo" que emprenderá una persecución encarnizada de la carne joven que ha osado internarse en su guarida... ¿Les suena familiar? Sin duda lo es. Pero desde el comienzo, en Historias de miedo... operan varios niveles autorales, tanto el perverso imaginario de Schwartz, que Øvredal pone en escena con toda la intensidad posible en un filme protagonizado por niños, como el de Guillermo del Toro, que aporta su marca de agua reflexionando sobre el valor de la historias en una realidad en los albores de un cambio (y no precisamente un cambio a mejor) y en ese silencio que precede a un estallido de pánico social. Estamos en 1968, con Nixon a punto de ser investido presidente y el desgaste de Vietnam como trasfondo social y político, un recurso a la nostalgia y la "belle époque" que en realidad no es tal cosa sino una herramienta expresiva más agresiva.

Y eso se resume en dos películas de Romero. Porque más allá de los libros de Pesadillas de R.L. Stine (y su infravalorada adaptación fílmica) y otras historias de terror juvenil, Historias de miedo para contar en la oscuridad prefiere invocar el recuerdo de la fundacional La noche de los muertos vivientes de George A. Romero antes que el de la más ociosa Creepshow, del mismo director. Toda una declaración de intenciones político-sociales pese a tratarse el filme de una experiencia fundamentalmente lúdica, una que nos retrotrae a clásicos del terror fantástico de hace un par de décadas cuando el retrato de la preadolescencia y el horror puro y adulto todavía eran compatibles. Apoyándose de manera confiada en el éxito de la citada It, que demostró que había un público ahí, esperando, la película se erige en metáfora de ese Estados Unidos de postal recorrido por espasmos de puro terror, de racismo, tan absolutamente contemporáneos, que la película de Øvredal puntúa sin particular elegancia pero sin persistencia.

El resultado es una obra de terror y humor teñida de espantosa incomodidad, y sobre todo, con una notable capacidad para el horror visual. Historias de miedo para contar en la oscuridad es lo bastante preciosista como para aportar ese cómodo contrapunto nostálgico, sus niños (sin tener la personalidad de los de It) están bien perfilados y caracterizados, pero lo mejor son unas escenas de terror que, sin ser tan explícitas como las de aquella, sí resultan muy imaginativas y tétricamente humorísticas para una mera película infantil. La caracterización de los monstruos es eficaz, y tanto la criatura del hospital como el espantapájaros y, sobre todo, ese "tío Sam" en piezas que reclama el alma del chico latino en plena llamada a filas, funcionan incluso mejor que el payaso de la película de Muschietti. Pero mejor aún que eso son planos elegantes, melancólicos que Øvredal disemina aquí y allí a lo largo de la película: la conversación sin interés que transcurre en el autocine vacío, el divertido goticismo de la casa de los Bellows... Del Toro añade su toque personal en abundancia, esa reflexión superficial sobre cómo las historias se hacen realidad, o más bien la realidad se hace historias (de terror) que proporciona un trasfondo poético a una película de enorme interés, que al final recula un poco hacia lo complaciente... pero que no vean cómo se disfruta.

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