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Crítica: 'Objetivo: Washington DC', con Gerard Butler y Morgan Freeman

Tercera entrega de la saga de acción protagonizada por Gerard Butler. Esta vez, el enemigo está en casa...

Menuda franquicia inesperada se ha encontrado debajo de una piedra el irlandés Gerard Butler. En 2013 Objetivo: la Casa Blanca ganó la simbólica competición con otra de secuestros ovales, la muchísimo más cara Asalto al poder con Channing Tatum, con un show de acción violenta y macarra que enervó a los críticos, encantó a los fans de la Cannon y la acción noventera, y de paso potenció la carrera de su director, el entonces un tanto alicaído Antoine Fuqua. Después, en 2016, Objetivo: Londres potenció los aspectos más chiflados y descarados de su predecesora dando a Butler y el presidente Aaron Eckhart un garbeo por Europa y sumando a la planificación contudente de Fuqua un par de falsos planos secuencia de puro videojuego. Ahora llega la tercera, Objetivo: Washington D.C., y hasta cierto punto de una manera sorprendente, el nuevo director Ric Roman Waugh (El Mensajero) opta por dar un paso atrás y fabricar la entrega más "intimista" y, a su manera, sobria de la serie.

¿Significa esto algo malo? Lo cierto es que no: Objetivo: Washington sigue siendo tan inverosímil, ruidosa y fantasma con las series previas, y seguirá siendo tachada de obsoleta por quienes criticaron las precedentes. Solo que la cámara cogotera del ex "stuntman" Waugh opta por la acción física, menos espectacular pero también más dependiente de la labor de especialistas, más Jason Bourne y menos James Bond, si ustedes me entienden. Quizá muchos echen de menos cierto sentido del exceso, pero la película es bastante eficaz en sus propios términos. Sin la presión del éxito mayoritario (no estamos ante una macroproducción con afán de blockbuster veraniego), Objetivo: Washington D.C. puede concederse ese pequeño lujo: la película de Butler no deja de ser un título de verano "de clase baja", lo que le permite ser más violenta de lo habitual y también más patriótica, pasada de moda y, dentro de sus limitaciones, oscura.

Con el guardaespaldas Mike Banning viviendo, quizá, sus últimos días en la seguridad del presidente (bye bye Aaron Eckhart, hola Morgan Freeman), el filme de Waugh borra Jungla de Cristal como gran referente y saca la acción al exterior, con El Fugitivo o la saga Bourne como motivo cinematográfico principal. Y es que después del inevitable atentado con drones, Banning es acusado de tratar de matar al presidente y emprende una huida hacia delante para 1) no ser acribillado por cualquier personaje secundario, y 2) demostrar su inocencia.

Waugh, sin tener el talento extraordinario de Fuqua, sí obtiene un par de tiroteos eficaces, como el ataque al convoy rodado en noche americana, y la genial persecución a bordo de un camión que sucede poco después, donde la tensión no nace de la espectacularidad sino, precisamente, de la oscuridad, confusión y pánico del entorno (citar a Michael Mann como referente quizá sea una exageración... o quizá no tanto). Pese a esos golpes finales de humor mal encajados, con un Nick Nolte que promete pero al que no se le da oportunidad de brillar, estamos ante una película capaz de vivir cómodamente en sus propias contradicciones ideológicas. Por un lado, en esta entrega el enemigo está en casa, por lo que es con diferencia la más paranoica y desconfiada del tríptico "Has Fallen", socavando hasta cierto punto el heroísmo de tebeo de las entregas previas; por otro, aboga por la confianza entre individuos y no en instituciones, uno de los rasgos que supongo tanto ofendieron de las dos películas anteriores... aunque en tiempos de la "América de Trump" se muestra adecuadamente cínica con unos y otros (ese momento en el que un par de "ciudadanos responsables" amenaza al héroe con ametralladoras.). El aseado número uno en taquilla obtenido por el film en EEUU garantiza una cuarta entrega, si el productor y protagonista Gerard Butler quiere, por lo que yo no me despediría de Mike Banning todavía. A mí no me parece mal.

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