
Decidido a retratar el conflicto bélico e identitario español desde la primera de sus secuencias, Amenábar remata en Mientras dure la guerra otra de esas películas suyas tremendamente desiguales. El relato de las eternas dudas del escritor Miguel Unamuno cuando, una vez constatado el fracaso de la Segunda República, se produce la sublevación militar que derivaría en la dictadura franquista es en cierto sentido un sólido trabajo de dirección, una narración bien compactada si lo que buscamos es un efecto dramático (apenas 105 minutos contados).
Pero Amenábar, realizador que comenzó practicando (y bastante bien) el cine de género y ayudando a impulsar cierta línea de acción comercial en el cine comercial patrio de los 90, decidió hace mucho tiempo que ese área de acción se le quedaba pequeña. Mientras dure la guerra es una película que refleja un conflicto del pasado con resonancias presentes, pero parece presa del suyo propio: el autor aplica fórmulas similares al thriller y suspense a un hecho histórico y político y si, por un lado, los efectos narrativos resultan gratos para el espectador gracias a su habilidad con la puesta en escena y su manejo de los elementos puramente cinematográficos (Mientras dure la guerra no es en ningún momento una película aburrida) el adelgazamiento intelectual al que somete a la obra, la simplificación de hechos e ideas, resulta evidente sin necesidad de ser historiador.
Mientras dure la guerra es una película suficiente. Es mejor y más dinámica que Mar adentro, menos abrupta a la hora de introducir su mensaje que Regresión y (aparentemente) menos pretenciosa que Ágora. Pero también da la impresión de estar bastante perdida y equivocada más allá de ciertas líneas maestras y tópicos patrios. Resulta un poco terrible e inútil escribir esto, pero aquí tienen a uno que sueña con un Amenábar retornando al cine de sus orígenes, esos que formalmente no ha traicionado pero que de todas formas intenta superar como en su momento y de manera orgánica hiciera Spielberg (un director tan cercano a sus intereses, y si no, vean la fotografía abiertamente "kaminskiana" de la aquí presente) con su galardonada La Lista de Schindler. El director se ha esforzado de verdad a la hora de hacer avanzar el relato, de no caer en su habitual triunfo del discurso sobre la historia, y sus capacidades narrativas y habilidad técnica le avalan. Pero el trazo grueso y, a la vez, su academicismo estético, resultan igual de evidentes, anulando cualquier asomo de transgresión... y lo que esperábamos que asomara al final asoma. La sensibilidad de Amenábar la hora de describir el terror en los márgenes de Salamanca; la descripción de un enemigo que nadie (o al menos el protagonista de la película) supo ver, admite paralelismos con el de una película de suspense o de terror. Pero no es suficiente porque se trata de esos géneros que Amenábar parece evitar, dejar atrás, a toda costa, como si en realidad fueran rémoras y no herramientas de trabajo. Mientras dure la guerra es una película que, involuntariamente y como el propio Unamuno, no se decide entre pasado y futuro, en sus propias pretensiones.

Existen manipulaciones dramáticas comprensibles y otras de las que quizá el autor parece ni siquiera ser consciente. Lo que quiere ser un retrato de dos Españas en conflicto, como se ve en la (bonita) escena de la discusión de Unamuno con Salvador, el joven profesor encarnado por Carlos Serrano-Clark, parece en realidad un problema entre dos hombres de izquierdas con la guardia baja que permiten, con sus muchas palabras y pocas acciones, la llegada del dictador. No existe por tanto ese pretendido retrato de dos Españas al margen de las dudas de un héroe que trata de mantenerse neutral: o eres de izquierdas o eres lo que vino después. No hace falta comulgar con Millán Astray (Eduard Fernández, el único que no tiene miedo de pasarse de la raya) para entender que la pretendida equidistancia no es tal cosa y que por aquí falta profundidad de discurso.
Mientras dure la guerra es la historia de un hombre llamado traidor por ambos bandos, pero todo lo que no es el personaje de Unamuno y su caracterización es un borrón sin personalidad ninguna. Se trata de una historia de problemas ideológicos, pero éstos no aparecen bien reflejados, como tampoco una España que más que enfrentada de manera trágica y apasionada -palabras de Amenábar-, aparece como simplemente vacía. Afortunadamente, Karra Elejalde se gana la película gracias a un excelente maquillaje y una interpretación que toca todos los palos posibles. Sin caer en el tópico, pero a la vez componiendo un personaje que ve cómo lo irreal se hace real, el actor logra encarnarlo sin caer en la caricatura ni en la afectación. Mientras dure la guerra alcanza sus mejores momentos gracias a él, a su retrato íntimo, a lo que ayuda la capacidad de Amenábar para impregnar la atmósfera del filme de melancolía y fatalismo sin perder cierto brío. La escena en la que Unamuno recuerda con su nieto a su mujer fallecida parece material de telefilme, pero en realidad es de lo mejor de una película que trata de esquivar lo propagandístico, que dice evitar la polémica y que desde luego, tiene alergia a todo lo que signifique riesgo.