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Juan Manuel González

Crítica: 'El Crack Cero', de José Luis Garci

José Luis Garci recupera en 'El Crack Cero' a su fenomenal Germán Areta, esta vez encarnado por Carlos Santos.

José Luis Garci recupera en 'El Crack Cero' a su fenomenal Germán Areta, esta vez encarnado por Carlos Santos.

En un momento de El Crack Cero, el misterioso "abuelo" interpretado por Pedro Casablanc obsequia con un largo monólogo de fútbol al silencioso investigador Germán Areta, intepretado por Carlos Santos. La narración de un gol eterno, como detenido en el tiempo, puede funcionar como un nuevo guiño al legendario Philip Marlowe interpretado por Bogart (que hará un particular cameo algunos minutos después) pero también imagen perfecta de una tempestuosa España, la del año 1975, que Garci, tan ducho en metáforas futbolísticas, refleja sin embargo en un Madrid nocturno y más bien vacío y silencioso, paralizado como en un sueño suspendido.

Concebida como precuela de los dos filmes protagonizados por Alfredo Landa en 1981 y 1983, El Crack Cero recupera al legendario Germán Areta en sus primeros años como detective invocando desde el comienzo la memoria de James M. Cain. Santos retoma el papel de Alfredo Landa sin necesidad de imitar a nada ni a nadie mientras Garci mira de frente a los anacronismos en forma y fondo para hacer con ellos de la necesidad (presupuestaria) virtud. En su homenaje a la serie negra más clásica el director de Volver a empezar confecciona una narración voluntariamente tradicional pero más bien poco convencional, equilibrando nada menos que tres tramas con meridiana claridad cohesionadas por una mirada única que consigue acoplar sin problemas la nostalgia con la ilusión, el pesimismo con el anhelo y el noir cruel y desatado con la ternura y el cariño que se desprenden incluso sus más villanescos personajes.

Puede que sea casualidad que El Crack Cero, que desenreda su intriga criminal en los días previos y posteriores a la muerte de Franco, llegue en un momento en el que el dictador siga en boca de todos. El azar juega incluso ahora a su favor, ayudando a reivindicar y demostrar la vigencia de una película que nunca antepone el discurso a la historia que narra, un relato de ficción que parece soñado a partir de una novela o película americana pero que resulta estar ambientada en los albores de un cambio real. La escena en la que una llamada despierta a Areta y su pareja en plena noche para informarle de la muerte de Franco muestra con árida poesía cómo toda una época se evapora en el silencio de la madrugada.

La incorrección indisimulada de su desenlace; el manejo de unos diálogos que se empeñan en ser de novela (pero que la mayoría de sus actores saben recitar); la ternura que desprende el retrato de una España triste y en blanco y negro, pero a punto de ir a mejor configuran una película melancólica y enérgica, que se ve primero con curiosidad, luego con ilusión y finalmente con admiración.

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