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'El Camino' es el irregular pero notable epílogo que le faltó a 'Breaking Bad'

Aaron Paul recupera su personaje de Breaking Bad, Jesse Pinkman, y lo hace madurar hasta extremos insospechados.

Aaron Paul recupera su personaje de Breaking Bad, Jesse Pinkman, y lo hace madurar hasta extremos insospechados.
Aaron Paul en El Camino | Netflix

¿Qué pasó con Jesse tras el final de Breaking Bad? ¿Logró huir de la policía y dejar atrás Albuquerque tras la masacre del último capítulo? La pregunta lleva rondando la mente de los fans desde que acabase la sensacional serie de Vince Gilligan allá por el año 2013. Y El Camino, la película estrenada por Netflix en la que Aaron Paul retoma su personaje más famoso, el yonqui devenido gran traficante de drogas Jesse Pinkman, la responde.

El final de Breaking Bad satisfizo a algunos, dejó un poco fríos a otros y generó un cabo suelto para todos. Gustase mucho, poco o regular, era un desenlace concebido para Walter White (Bryan Cranston), a la sazón protagonista de la función. El bueno de Jesse, observador y participante en la trama de profesor-bueno-se-vuelve-malo, muchas veces punto de vista del espectador y siempre necesario partenaire de aventuras, además de referente moral del relato, quedó relegado a un papel un tanto pasivo, de víctima y a la vez combustible para crear la reacción final de Walter White.

El Camino recupera ese cabo suelto y, por las razones arriba expuestas, nadie puede decir que sea una mala idea. También es cierto que el filme nunca se desembaraza de una cierta impresión de intento tardío, de concesión más bien menor a los fans. Han pasado seis años desde el tremendo impacto de Breaking Bad pero seis años son muchos en un panorama en el que, con el definitivo alzamiento de las plataformas de streaming, todas las semanas surge "la mejor serie del año", "la serie que tienes que ver", diluyendo rapidamente el impacto de las anteriores. Hay una "época de oro de las series" que hay que mantener, y la paradoja es que Breaking Bad fue una de las fundadoras de esa moda junto a otras como The Wire o Los Soprano.

Bien es cierto que Gilligan, guionista, productor y aquí también director, habitualmente consigue separar el grano de la paja, la historia del "fan service". Es algo que se le da especialmente bien: desafiar las expectivas y añadir cierta dosis de riesgo. La demostración fue el excelso spin-off Better Call Saul, que lleva cuatro estupendas temporadas dedicada a diseccionar a ese atribulado complemento humorístico que fue el personaje de Bob Odenkirk. Su naturaleza de precuela dio la excusa perfecta para recuperar algunos personajes queridos, pero Gilligan se alejó de la fórmula para entregar un drama de humor negro más sosegado, realizada con un mimo y sentido del detalle más bien poco común, que ciertamente enriquecía un mundo complejo e interesante, el de ese polvoriento erial del desierto repleto de edificios, aparcamientos vacíos y comercios bajos e impersonales.

El Camino utiliza los "flashbacks" para hacer eso, continuar la senda del relato moral pero no moralista que en el fondo era la espina dorsal de Breaking Bad. Lo que en ocasiones resulta un recurso un tanto fácil pero en otras resulta totalmente adecuado. Es la excusa para recuperar actores como Jonathan Banks, Krysten Ritter y -atención- el mismísimo Bryan Cranston , que aparecen como recuerdos que impulsan y explican las motivaciones de Jesse y su última misión antes de desaparecer del mapa. Aquí Gilligan cae en lo reiterativo, pero es justo reconocer que con este recurso también logra cosas geniales y el autor logra imprimirles progresión (adivinen quién es el último de ellos, que por cierto da la clave para el futuro de Jesse). El Camino es un relato muy básico que se limita a seguir a un chaval devenido adulto durante unas horas muy largas mientras éste consigue los recursos necesarios para su misión, y como esa misma misión, en la propia película todo debe resultar útil, escueto y económico, creando un contraste interesante con los dos o tres grandes temas humanos que maneja Gilligan.

Dentro de estos limitados parámetros, de este voluntario proceso de acotar la acción (y a la vez abrirla: Albuquerque entero es el otro gran protagonista de El Camino) la película funciona bien. Gilligan rehuye confrontaciones climáticas y reflexiones psicológicas ambiciosas, también ese sentido del humor "cool" tan común en cierto tipo de relatos criminales, y el resultado es una película de una honestidad y humanidad bastante fiera, evidente. A la película le sobran algunos minutos en relación a lo que cuenta, lo que provoca algún bajón de ritmo (Gilligan parece ser mejor autor de series que de películas), pero esa naturaleza de producto sin pretensiones al final lo favorece.

Bien filmada y mejor interpretada, El Camino es un thriller moral quizá no sobresaliente, pero sí notable. Una pieza de personaje que sirve a Aaron Paul para decir adiós (o quizá hola) a su creación con una madurez tremenda. Poco queda del Jesse "Yo bitch" de Breaking Bad, el de aquí parece un discreto pero inteligente renegado de un sistema dañino guiado por la avaricia y el ego, y que admite extrapolaciones fuera de los bajos fondos criminales. El actor es el centro de todo lo que hay ahora más que nunca, y lo cierto es que Paul da la talla imprimiendo todavía más nobleza y humanidad al personaje. Qué decir de Robert Forster, fallecido el mismo día del estreno de la película de un cáncer cerebral y que merece por tanto una mención final: no hay solo que ver cómo recita sus diálogos sino, sobre todo, observar cómo escucha los de su interlocutor (aquí la cámara y el montaje de Gilligan ayudan a hacerlo, obviando inútiles ejercicios de estilo).

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