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Azucena Hernández, la actriz del destape que deseaba morir

La intérprete de La estanquera de Vallecas ha muerto después de treinta y tres años tetrapléjica tras un accidente de tráfico.

La intérprete de La estanquera de Vallecas ha muerto después de treinta y tres años tetrapléjica tras un accidente de tráfico.
Azucena Hernández, actriz del destape | Archivo

Después de treinta y tres años de su trágico accidente de automóvil, víctima del cual quedó tetrapléjica de por vida, ha muerto Azucena Hernández, actriz de los años del destape. Desde que fue consciente de su doloroso futuro no dejaba de pensar en la muerte, por mucho que tratara de evitarlo ante sus seres queridos. De ahí que su hermano, quien comunicaba ayer la triste noticia, apuntó que tras ese largo calvario Azucena "ha conseguido lo que deseaba: ser libre".

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Las eróticas vacaciones de Stella | Youtube

Conocí a Azucena Hernández Iglesias nada más radicarse en Madrid, con dieciocho años, poco tiempo después de ser elegida en Agramunt Miss Cataluña –aunque había nacido en Sevilla–, título que le facultó para competir en el certamen de Miss España. Había trabajado de secretaria en Blanes (Gerona), donde vivía con su madre y su padrastro, que era albañil, y dada su belleza, también como modelo en desfiles y anuncios publicitarios. Su meta era el cine, que es lo que la trajo a la capital madrileña una vez que fue contratada para tres películas, la primera titulada Las eróticas vacaciones de Stella, por la que percibió un millón de pesetas.

Para publicitar el debut cinematográfico de Azucena Hernández el productor le organizó un cóctel, al que acudí una tarde lluviosa de 1978, para complacer a mi buena amiga Florinda Chico, que se había encargado de invitar a algunos periodistas. Sólo fuímos tres o cuatro, porque la convocatoria no parecía importar a nadie de la prensa dado que la protagonista de aquella película, clasificada como "S", como el título ya lo anticipaba, resultaba ser una absoluta desconocida. Amén de que el lugar de la reunión, en consonancia con lo anteriormente dicho, era un pequeño mesón donde apenas podíamos movernos las veinte personas que allí nos hallábamos.

"Tengo que desnudarme"

Pedí a Azucena Hernández que me contara algo de la película en cuestión. Entre los tópicos acostumbrados cuando una actriz neófita es entrevistada, recuerdo que me dijo esto: "Tengo que desnudarme. Para las que empezamos ahora, yo sé que es el único camino que nos queda. Y lo que voy a hacer cuando me ponga ante una cámara por primera vez es hacerme a la idea de que la gente no me mira".

Tenía un rostro dulce, agradable y una mirada luminosa y algo aniñada. Su cuerpo, exhuberante: "Algo ancha de caderas –lamentó– porque he practicado mucho atletismo".

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Desde aquel 1978 hasta 1986 rodó veintitrés películas. En casi todas ellas, como ella presentía y aceptaba, hubo de aparecer en cueros vivos. Esa filmografía llevaba títulos bien explícitos: Bacanal en directo, El erótico enmascarado, Adulterio nacional, Crónicas del bromuro, Playboy en paro… También intervino en un filme de terror, El retorno del hombre lobo, con un experto de ese género, Paul Naschy. Y fuera de esos engendros, con algunas excepciones, participó en programas de televisión, bien como azafata (Ding-Dong), o simulando cantar, por el procedimiento del playback, en Antología de la Zarzuela, magnífico invento de un maestro de la realización, de los pioneros de Prado del Rey, Fernando García de la Vega. También tomó parte en una reposición de Las Leandras, en la compañía que encabezaba María José Cantudo.

Su última película

Llevada por su gran entusiasmo, superando la escasa preparación que tenía en el arte dramático, llegó a interpretar un par de papeles relevantes en El enemigo del pueblo, de Ibsen, y Enrique IV, de Pirandello, obra clásica en la que pisó el escenario nada menos que junto a José María Rodero, que por lo que me contaron se había prendado de Azucena y en cierto modo quiso ser una especie de pygmalion de la guapísima actriz. En ese mismo año 1986 tomó parte en el reparto de la que iba a ser su última película, La estanquera de Vallecas, cuya protagonista era Emma Penella y su director, Eloy de la Iglesia.

Y en la noche del 15 al 16 de octubre de 1986, tras despedirse de Rodero con quien había asistido a un estreno teatral, conduciendo su automóvil, marca Peugeot, adquirido con sus primeros ahorros en el cine, tuvo un fatal accidente trasladándose desde Madrid a su domicilio, sito en la cercana localidad de Las Rozas. Atendida en el hospital de La Paz fue diagnosticada con el resultado inamovible de una tetraplejia que la tendría retenida en silla de ruedas de por vida, sin acceder a movimiento alguno. La penosa rehabilitación a la que se sometió apenas modificó el pronóstico inicial. Cobraba cuarenta mil pesetas por invalidez permanente. La mala suerte la siguió persiguiendo, porque en 2009 padeció cáncer de mama, que superó dos o tres años después.

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Azucena Hernández | EFE / Archivo

Dentro de su amarga situación pudo, no obstante, vivir algunos momentos de satisfacción inolvidables, como cuando la reina doña Sofía se acercó a ella en un acto público, interesándose por su estado. También la visitó Julio Iglesias, muy receptivo, pues no en vano él también sufrió un grave accidente de coche, del que por fortuna salió con vida y pudo, no sin tremendos esfuerzos, rehacer su existencia hasta convertirse en el ídolo mundial que conocemos.

Pero el día a día de Azucena Hernández sería hasta ayer un durísimo proceso, aguantando cambios de residencia y de centros médicos, el último dedicado a pacientes con discapacidad física radicado en Guadalajara, que es donde le ha sorprendido la muerte, para ser velada en el tanatorio de la capital alcarreña. Yoli, su madre, ha sido quien durante estos treinta y tres años de angustia permanente, la ha acompañado en el dolor. Porque, aparte también de su hermano y algunos íntimos amigos, la soledad fue la compañera habitual en las habitaciones que iba compartiendo en todos estos últimos años. De su vida sentimental, poco se sabe. Que tuvo un novio, sí, cuando empezaba en el cine. Y que pensaba casarse con otro, tal y como anunció la revista Pronto en 1996, a los diez años de su accidente, fotografiándola con un joven de aspecto atlético, con bigote, que procuraba ayudarla, llevándola de paseo en la silla de ruedas por los alrededores de su vivienda. Luego, nada más se supo de él. Y ya Azucena, pese a que hacía lo posible para no perder el sentido del humor, bien supo que para ella no quedaban esperanzas, ni para el amor ni para recobrar nunca los movimientos de su cuerpo.

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