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Juan Manuel González

Crítica: 'Fantasy Island', con Maggie Q y Lucy Hale

Fantasy Island es una de esas películas malas que no tiene vergüenza alguna, y por eso mismo acaban cayendo simpáticas.

Fantasy Island es una de esas películas malas que no tiene vergüenza alguna, y por eso mismo acaban cayendo simpáticas.

Si alguna vez les preguntan por una película que no tenga vergüenza o sentido del ridículo alguno, no lo duden y apuesten todo por Fantasy Island. La película del director Jeff Wadlow y la productora Blumhouse, responsable de obras de terror de todo tipo (algunas de notable relevancia como Nosotros o Insidious), siempre ateniéndose a micropresupuestos de pocos millones de dólares que garantizan una excelente rentabilidad, es un show de mucho cuidado. Tanto que, en su evidente apuesta por el cine basura, a medio camino entre el compendio de motivos terroríficos de La cabaña en el bosque y un derivado más suave de thrillers como la saga Saw o incluso Scream (aquí no falta ni siquiera un villano sorpresa), lo cierto es que acaba cayendo simpática.

Estrenada estratégicamente en San Valentín, en Fantasy Island un grupo de turistas recala en un complejo turístico en el que, supuestamente, todas las fantasías se hacen realidad. Naturalmente, todo se empieza a torcer y los sueños de los clientes empiezan a volverse en su contra....La película cuenta con un buen plantel de secundarios y una excelente banda sonora de Bear McCreary en modo Alan Silvestri que remata el excelente último año de este compositor, y que empuja con energía hacia delante incluso cuando nada acompaña. Menos mal que Wadlow, enfatizando esa caradura que decíamos, por el camino muestra toda la chicha que puede de sus actores y actrices, sabedor de estar forzando a todos ellos a recitar mal diálogo y reaccionar ante situaciones imposibles.

Fantasy Island demuestra un indisimulado gusto por el absurdo y -atención- amaga incluso con hacer tema de esa colección de estampas morales convenientemente pervertidas que componen su metraje. Y ahí reside su gran jugada secreta: la traslación a la pantalla grande de los modos y maneras de un serial televisivo en modo película de terror de multicines. Wadlow, de hecho, elabora aquí el mejor y más inesperado "spoof" de la conspiranoia sobrenatural de la serie Perdidos más de una década después del final de la serie. Que uno de sus personajes se llame Damon (por Lindelof, principal mente pensante de la misma) no puede ser casual.

Si uno sabe ajustar sus expectativas, Fantasy Island es la mejor demostración de cómo estirar y alargar un par de ideas de manera competente. En el lado más objetivamente negativo, la ausencia de vísceras y sangre, que convierte la película en un show más inofensivo que la propia Lost. Solo hay una manera de disfrutar de ella, y es arremangarse y abrazar ese absurdo entre autoconsciente e incompotente de la que Wadlow presume sin vergüenza alguna. Yo lo hice, y sobreviví.

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