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Juan Manuel González

Crítica: 'El Hombre Invisible' (2020), de Leigh Whannell

El Hombre Invisible acaba erigiéndose, contra casi todo pronóstico, en una película notable.

El Hombre Invisible acaba erigiéndose, contra casi todo pronóstico, en una película notable.

La nueva apuesta del guionista y director Leigh Whannell, antiguo compañero de fatigas de James Wan en su reformulación del thriller indie (Saw) y, después, el relato de fantasmas a lo Poltergeist (Insidious) hereda de ellas varias características. Ahí está el gusto por un giro final con sorpresa de la primera, una película que generó escuela y derivaría en el género denominado "tortura pornográfica" (aunque la apuesta original de Whannell se distanciaba bastante de aquello); y, respecto a la segunda, la creación de atmósferas cotidianas malsanas, esta vez sin la excusa sobrenatural de Insidious sino una más "física", que en esta película en concreto resulta incluso realista. En efecto, ahora no hay fantasmas ni espíritus como en Insidious, pero la sensación de opresión que genera El Hombre Invisible es la misma que la de un relato sobrenatural: da miedo lo que está ahí pero no vemos, tanto a un nivel "físico" (hay alguien en la habitación) como ahora también psicológico (el estrés de una relación terrible, un trauma capaz por sí mismo de seguir a cualquier parte a su protagonista).

Además de la reconversión de su autor en un nombre a tener en cuenta más allá del citado Wan, aventurado éste en empresas mayores como Aquaman, El Hombre Invisible esconde otro replanteamiento o evolución todavía mayor: el de los monstruos clásicos de la Universal una vez que la fracasada La Momia con Tom Cruise mordió el polvo con la crítica y la taquilla allá por el año 2017. La marca del "Dark Universe" creada por ese estudio para imitar la mitología Marvel y DC con sus propiedades (los monstruos legendarios) fracasó antes casi de nacer, pero ahora ha recaído en las manos del productor Jason Blum, responsable de múltiples películas de terror de bajísimo presupuesto (Insidious entre ellas), la responsabilidad de recuperar de alguna manera el proyecto… adaptándolo, claramente, a sus propias necesidades y procederes. Adiós, por tanto, a las aventuras fantásticas con actores famosos y un gran desembolso en efectos visuales; hola a las películas de terror de bajo presupuesto con monstruos contemporáneos como Nosotros, Déjame salir o incluso remakes/secuelas más o menos encubertos como la nueva La Noche de Halloween.

El Hombre Invisible es una película a la moda porque toma un motivo actual, el acoso sexual a la mujer, como principal excusa argumental. Lo hace, gracias a Dios, de manera excelente y sin perder credibilidad como un thriller de terror menos perecedero: uno puede sentir desde la primera, larga y excelente secuencia de huida el pavor del personaje de Elisabeth Moss, atrapada en una relación con un rico científico de claras sentencias sociópatas, sin resultar discursiva o victimista. Resulta magistral como Whannell, aquí mejor director que guionista, reparte pistas que describen a la perfección lo que ha pasado durante los meses anteriores en la relación de Cecilia y Adrian (Oliver Jackson-Cohen) sin tener que mostrar nada de nada, ni siquiera el rostro del villano. El espectador se pregunta quién es el monstruo al que nos enfrentamos mientras Whanell mueve la cámara por desapacibles espacios arquitectónicos industriales explicando todo lo posible con imágenes. Puede que el moderno Hombre Invisible carezca del desarrollo psicológico de entregas previas, pero éste concepto se desplaza por entero a la víctima y todos los que rodean a la mujer. El resultado es más eficaz que oportunista, sobre todo por la enorme capacidad de Whannell de generar terror sin recurrir al humor (pese a que hay algo diabólico, malsano, en el gran asesinato que adorna el filme, que aquí no contaremos), pero sobre todo de mostrar el miedo al miedo que atenaza a Cecilia.

Después la película se toma su tiempo en mostrar el estrés y el trauma de la mujer, algo inusual en una producción de clara ambición comercial e incluso juvenil como El Hombre Invisible, distanciándose en cierto modo de la novela original de H.G. Wells, del delirio de la carne de Paul Verhoeven en la infravaloradísima El Hombre sin sombra y quizá derivando, eso sí, en una duración algo excesiva. En esta larga sección Whannell guiña a un ojo a las películas de acoso de los años 90 (sí, hay algo de Atracción Fatal en el filme) pero existe autenticidad y verismo en el retrato de esa angustia, en cómo se apuntala el estrés de haber sido anulado y amenazado y los efectos psicológicos, más que físicos, que ello conlleva. Cuando esto se agota queda el recurso al "pulp", pero en este área Whannell sabe desenvolverse igual de bien, dando un giro a la mitología del "mad doctor" y exprimiendo todos los recursos a su disposición, quizá menos delos habituales, haciendo de la necesidad, virtud (y, por cierto, convirtiendo al nuevo hombre invisible en el horror de un tripofóbico). Las secuencias de acoso invisible son notables, hay un par de revelaciones interesantes que acercan la película a la ciencia ficción y, sobre todo, varias estupendas ideas de guión (ese cuchillo que literalmente desaparece ante nuestros ojos…) que después acaban fructificando en el desenlace. Lo dicho: excelente.

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