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'Lo que el viento se llevó', ajusticiada por los nuevos talibanes

Los talibanes de lo políticamente correcto quieren eliminar una de las joyas del cine, Lo que el viento se llevó.

Ver en la novela Margaret Mitchell simplemente racismo, o blanqueo del racismo, es de tener la vista muy corta. O de no haber leído el libro, ni entendido la película.

Lo que el viento se llevó no es una película racista. Es cierto que idealiza la relación entre amos y esclavos como si convivieran en perfecta armonía, pero eso es solo un parte de la película que abarca temas como el amor, la guerra, la superación y la adaptación, el egoísmo, la superviviencia... Todos y cada uno de sus personajes están perfectamente definidos, negros y blancos. Es una obra de arte del cine y como tal ha de tratarse.

Margaret Mitchell escribió una historia, una novela, no un tratado científico ni histórico sobre la esclavitud. Víctor Fleming dirigió una película, no un documental. Escarlata O’Hara, Rhett Butler, Melania, Mamy, Ashley son personajes ficticios. Lo que el viento se llevó cuenta la historia de una muchacha nacida en una plantación Georgia, en el sur de los EEUU, donde la esclavitud estaba permitida, como ha estado permitida en muchos otros lugares del mundo en distintas épocas. No es Raíces, ni Mammy es Kunta Kinte. Es una película que relata la guerra de secesión desde el punto de vista de las familias sureñas que, obviamente, defendían su modo de vida. También Bailando con lobos es inverosímil y no por eso se prohíbe. Aunque sí se prohibió Matar a un ruiseñor por racista, cuando trata precisamente de un blanco defendiendo a un negro en una comunidad y una época en la que eso te podía costar el rechazo social. De locos.

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Por supuesto que hay escenas y frases que ahora se consideran racistas. Como las hay en Memorias de África, como cuando Meryl Street le pone los guantes al negro que tiene a su servicio y otras películas. "Tendremos esclavos con su permiso (el de los yankies) o sin él", dicen en la fiesta en los Doce Robles. "Te venderé, te lo juro", amenaza Escarlata a Prissy durante el parto de Melania. "Debes mostrarte enérgica con tus inferiores pero cariñosa, sobre todo con los negros", le dice su padre a Escarlata cuando la protagonista se ve a obligada a trabajar como un negro en su propia plantación para sobrevivir.

Pero también hay ironía: "Déjate coger para que sirvas de banquete a los blancos", dice uno de los esclavos tratando de coger al único gallo que queda en Tara. Incluso muestras reales de afecto de la protagonista hacia los que consideraba su familia. "Tu llanto es lo único que me conmueve" —la protagonista al sirviente al que regala el reloj de su padre tras su muerte—. "Si alguno cae herido, avisadme", le dice Escarlata a Big Sam en Atlanta cuando los negros liberados iban a combatir… a los yankis.

La escena del asalto a Escarlata camino del aserradero, atacada por un hombre blanco y otro negro, es bastante elocuente. Big Sam, que acude en su socorro, es enviado a Tara para protegerle. Finalmente, el diálogo en el aserradero cuando Escarlata contrata presidiarios en lugar de "negros libres" como quería Ashley, refleja cómo veía la autora la relación entre los dueños de las plantaciones y sus esclavos. "Tú has tenido esclavos", le dice Escarlata. "Era muy distinto, no los tratábamos así", responde Ashley. No parece que la autora tratara de blanquear la esclavitud, sino que así la veía ella, y así la contó en una novela, o, quién puede negarlo, que desde Kunta Kinte a Mammy se produjera realmente un vuelco entre amos y esclavos y realmente se creara un vínculo afectivo entre blancos amos y negros esclavos por la convivencia.

La esclavitud ha existido, y no solo en EEUU. Como existe la pena de muerte, como existe el colonialismo, como las matanzas del Congo o de Ruanda y el Apartheid en Sudáfrica hasta hace bien poco con la colaboración de los ingleses. Como existió el comunismo, el nazismo y el franquismo. Como existen los celos, el odio, el amor, la envidia y la venganza. Pero las obras culturales no tienen por qué reflejar una realidad pura y dura. Por eso es arte.

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Y si empezamos a prohibir cosas, prohibiremos Casabalanca, donde el Rick de Bogart es un colaboracionista de los nazis. Prohibiremos Gilda, por la famosa bofetada, prohibiremos Los pajaros de Alfred Hitchcock por criminalizar a las aves.

Prohibiremos la copla, los cuentos de madrastras, prohibiremos todas las películas o libros históricos que no se acomoden a la verdad oficial.

De momento recomiendo Mudbound, de Netflix, antes de que la retiren. En 1946, tras la Segunda Guerra Mundial, un exsoldado blanco se hace amigo de un exsoldado negro que se encuentra con la cruda realidad del racismo que perdura en Mississipi y se la juega por salvarle el pellejo. Y un blanco americano nunca puede ser bueno, así que está en la lista negra.

El mundo ha cambiado, ahora tenemos otros dramas y otros problemas. Lo que no ha cambiado es la política. "Os daremos a los morenos 40 acres y una mula porque sois nuestros amigos y votaréis lo mismo que vuestros amigos". No es Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias, ni Trump, es la política que sustituyó a la esclavitud en Lo que el viento se llevó. Eso sí que es lo único que perdura, como la tierra de Tara, que decía Gerarld O, Hara.

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