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Crítica de 'El Jardín Secreto' (2020), con Colin Firth

El jardín secreto es una de esas películas infantiles que permiten su paso al adulto más templado.

El jardín secreto es una de esas películas infantiles que permiten su paso al adulto más templado.
El jardín secreto | DeA Planeta

Si hay obras que se consideran inadaptables, tiene que estar escrito en alguna parte que haya otras "sobreadaptables". El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett es, sin duda, de estas últimas; ha tenido tantas versiones o variaciones como muertes los padres de Batman. La que ha dirigido Marc Munden con la niña Dixie Egerickx y Colin Firth como protagonistas adopta el realismo mágico de la fotografía de Emmanuel Lubezki, asociado a directores como Malick o Cuarón, como principal novedad para un relato que vuelve a incidir en el descubrimiento, la pérdida y la fantasía como receta contra la soledad y por la pura supervivencia.

India, 1947. Los padres de la joven Mary Lennox (Egerickx) perecen en medio del conflicto con Pakistán. La joven huérfana es enviada a Reino Unido, a la mansión gótica donde la espera su tío Archibald Lennox (Firth). Lo que sigue son noventa minutos de juego desde la perspectiva no tan infantil de Mary, inmersa en un periodo de luto personal y crisis de posguerra nacional, en el jardín secreto del título. Un paraíso alegórico a caballo entre la realidad y la ficción, un espacio en blanco para la representación del juego, la fantasía.

Munden recoge los elementos inquietantes de las viejas fábulas Disney y adapta el clásico estilo Spielberg a sus necesidades de correcto, pero no genial, narrador británico. Incluso consigue encontrar imágenes destacables, como aquella en el que las ramas surgen del suelo para permitir a Mary trepar hacia arriba, metáfora perfecta de cómo en su paisaje interior la niña, toda una superviviente, encuentra todo lo que necesita. Al margen de esas y tras logradas imágenes fantasmales (la llegada a la finca, que recuerda a la maravillosa La mujer de negro) se sucede un cuento correcto, pero no genial, que hubiera necesitado de unos secundarios más potentes (las amistad más conmovedora de Mary en realidad es… la del perro). La constante música de Dario Marianelli le da empaque, eso sí, a una película que hubiera necesitado más para dejar su impronta, pero que en todo caso está bien como está.

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