Lejos de mí tratar de racionalizar intangibles, como precisamente hace el bueno de Michael Keaton en esta Worth, pero casi toda película más o menos convencional trata de asentarse de un modo u otro en formular una pregunta y/o resolver un problema. Worth, la historia del tipo que se postuló a sí mismo para definir las indemnizaciones a los familiares de víctimas del 11-S, no es tanto una película sobre fórmulas matemáticas como una sobre la imposibIlidad de traducir a dólares una vida humana. Y pese a su enorme validez, también cae en algunas contradicciones, léase convencionalismos, en su intento de racionalizar la historia.
Como toda buena película, en su interior Worth alberga otro problema, o plantea otra pregunta, que no estoy seguro que se atreva a llevar a cabo, bien es cierto que limitada por su fidelidad a hechos reales. Me explico: suu respeto a la proposición inicial del guión de Max Borenstein, autor de ¡Godzilla! (hay que pagar unas indemnizaciones y las indemnizaciones llegaron) lo convierte en un relato más convencional y complaciente de lo que apuntaba, pese al evidente contenido crítico a los dictados de la economía, léase realidad. Si al final no se puede traducir a dinero lo que vale una vida, si un muerto no vale dinero, el asunto no debería reducirse a aumentar las cantidades o reducirlo simplemente a un reajuste en base a lo abultado de su nómina.
Lo que queda en todo caso para el espectador es la formidable labor de Michael Keaton, al cual ya podemos establecer como uno de los grandes e infravalorados actores norteamericanos de la época, y el que mejor nos convence de los difíciles límites de la caridad que se plantean, pero no se culminan. Como Stanley Tucci, cuya intervención es demasiado reducida para hablar de careo, Keaton es uno de esos tipos al que solo una relativa discreción pese a su condición de icono (por que, sí, él es Batman, papel que por cierto retomará próximamente) le sitúa por debajo de iconos como Pacino o Seymour Hoffman, lo que no deja de resultar una verdadera pena y una relativa injusticia. Lo mismo es aplicable a la eterna secundaria Amy Ryan (ver sus reacciones a los audios de víctimas en su despacho).
Worth, pese a la severidad de una puesta en escena que trata de remitir a la superior Spotlight, deriva a terrenos más convencionales y folletinescos en su parte final, pero todos los vicios de telefilm están atados y bien contenidos durante el metraje gracias al rigor narrativo del guion. Falta algo del arte que la directora Sara Colangelo sí demuestra en sus compases iniciales, como en esa escena en la que se muestra la cadena de llamadas telefónicas en el tren tras el primer atentado o la última mañana en casa de dos víctimas, rodadas con toda elegancia y crudeza, pero el resultado, jugando con el título en inglés de la película, merece la pena.