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Juan Manuel González

Crítica: 'Matrix Resurrections', con Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss

Matrix Resurrections es una película contradictoria, no tan fina como las anteriores pero también con su propia poética.

Matrix Resurrections es una película contradictoria, no tan fina como las anteriores pero también con su propia poética.
Matrix Resurrections | Warner Bros

Matrix Resurrections es una película contradictoria, tanto como lo va a ser su recepción. No es extraña por lo que cuenta, ni siquiera por cómo lo cuenta, sino por una particular mezcla de autoconsciencia y autoindulgencia, compadreo e inconformismo, angustia y candor, inteligencia y estupidez. Es, desde luego, la más humana y sentimental de todas las películas de Matrix (no la mejor, en absoluto, ni de lejos), y si queda algo meridianamente claro para todos los espectadores después de asistir a sus dos horas y bastante de duración, incluso para aquellos que no hayan vuelto a entender nada, es que lo que estamos viendo esta vez es una historia de amor.

Aquí Matrix Resurrections se beneficia de algo tangible, físico y real, y es la apariencia absolutamente fascinante de sus dos intérpretes principales, Keanu Reeves y Carrie Anne Moss, que no solo se conservan bien sino que uno diría que han aumentado su carisma y atractivo físico, y uno diría que hasta su atracción mutua. Reeves, en concreto, podría estar haciendo aquí la mejor interpretación de su carrera, la más auténtica, emotiva y vulnerable, e incluso sus mayores admiradores sabrán que al actor de Speed y Dracula se le ha de valorar y querer según otros parámetros a los habituales de "buen actor". Lana Wachowski, dirigiendo aquí en solitario, utiliza a ambos para justificar su película, centrarse en ellos pese a la escasez de secuencias juntos, satisfacer la ansiedad fan por algo que quedó roto e interrumpido y, de paso, dar un salto digno de Morfeo hacia otro tejado, el tejado de la madurez: si Matrix (1999) era un film de descubrimiento personal y las secuelas de lucha y cambio; Matrix Resurrections es un alegato desesperado sobre entregar todo tu ser a otra persona, la única manera de no perder la cordura en un mundo hecho de ruido y máscaras (digitales).

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Matrix Resurrections | Warner Bros

Claro que la palabra "madurez" no va demasiado con muchos episodios de la película. Una vez aclarado el enorme "pro", que debería sobreponerse a cualquier otro juicio crítico a favor o en contra del film, y que desde luego consigue rematar un desenlace emocionalmente satisfactorio, todo en la película de Lana Wachowski tiene un aire de andar por casa, en ocasiones hasta de desfachatez, bastante impensable en la saga. Esto funciona muy bien en un sentido, porque la película -consciente de su escasa necesidad, de ser una cuarta parte tardía y nacer en el contexto en el que nace- necesita apelar todo el rato a factores emocionales y nostálgicos... pero añadiendo un salto al vacío más. Pese a ello se nota que falta un Wachowski dirigiendo el cotarro, en tanto en las anteriores Matrix, e incluso en los peores momentos de las secuelas, siempre se percibía un esfuerzo por escenificar conceptos filosóficos, informáticos y emocionales de una manera tangible, física, "de acción", y desde luego, elegante y elaborada. Pese a un primer acto absolutamente autoconsciente y hasta payaso, que un servidor disfrutó enormemente pero que molestará por su enorme contenido desmitificador (y desde luego, contradictorio: la película explica su propia existencia de una manera tajante y hasta pide perdón por ello) al final no puede evitar repetir Matrix y puntear el desarrollo de aquella de manera meticulosa, solo que con una puesta en escena más pobre y una exposición blanda y atropellada quizá heredada del paso de las hermanas Wachowski por la televisión en streaming. Claro que esto Lana, en calidad de directora única, como decimos parece saberlo bien.

Porque nada, sin embargo, oculta las bondades inesperadas de Matrix Resurrections. Lana Wachowski sigue mostrándose extraordinariamente elocuente a la hora de poner en pantalla cómo la vida imita al arte y viceversa (siendo el videojuego un arte), cómo los sueños sueños son, y cómo nos depositamos y confiamos en realidades íntimas y espectáculos de consumo colectivo para existir. La locura, parece decirnos, no debe estar muy lejos de esta voluntad de encontrar propósito en las ficciones, paso previo a la ansiada Realidad Virtual, y bienvenida sea. Pero la trampa, el fallo de Matrix Resurrections, es no saber muy bien cómo plasmar en pantalla esos conceptos progresivamente esquivos o articularlos en una narración que no palidezca con lo que conocíamos en la saga. Wachowski tiene un discurso complejo, uno diría que más íntimo y personal que nunca. Asume la belleza de la mentira y la disfruta, desde luego la reconoce, pero al final todo consiste en colgar un cuadro que no está tan magistralmente pintado como la primera película y en Resurrections hay alguna secuencia de traca. No solo a nivel visual, más rutinario que antes, sino también en un guión se concede a sí mismo, como en la célebre sala blanca de Morfeo, todas las oportunidades de manera arbitraria mientras avanza y bebe de las rentas del pasado, y eso es una realidad que nadie aquí ha podido evitar.

Por suerte, el final de la aventura, que nunca sale de una esfera sorprendentemente íntima, mental, la película entrega un final emocionalmente satisfactorio. Jamás aburre, está lleno de asuntos propios y guiños, y Jessica Henwick está genial, como siempre, como también Jonathan Groff, saboreando cada sílaba que pronuncia pero con una actitud opuesta a la que tuvo Hugo Weaving. Hay un extraño romanticismo en Matrix Resurrections que resulta eficaz, emocionante, algo que resulta sorprendente (como decíamos, contradictorio) en un filme que funciona como ensayo de la narrativa del remake, de cómo el arte imita al arte, y que como experiencia fílmica combina secuencias torpes con algunas brillantes (y otras de una retórica hilarante tan elocuente que casi va a romper la cuarta pared). Esta irregularidad rompe su hechizo demasiadas veces, pero es innegable que Lana Wachowski ha aprovechado la tesitura de tener que hacer una secuela para volcar aquí algo tremendamente personal. Por no hablar del contenido contestatario de la franquicia, reconocible en esa escena grotesca pero excelente (y, además, con tensión) en la que el psicoterapeuta expone en un taller de motos las nuevas herramientas de dominación mundial, recitada por Neil Patrick Harris con su gracia habitual... y que seguramente no va a ser escuchada por nadie, empezando por los fans más acérrimos.

Respecto a Reeves, verdadero alma de la película, su papel en Resurrections es casi más el de Thomas Anderson, no el de Neo, de la misma manera que la historia ya no va de personas que se vuelven programas de ordenador sino de programas de ordenador que se vuelven personas. Un salto cuántico que Lana Wachowski va haciendo bien en plantear y que logra que la película merezca nuestro interés, a pesar de los pesares, que como leen son algunos.

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