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Juan Manuel González

Crítica: 'CODA. Los sonidos del silencio', la ganadora del Oscar

Puede que Coda sea la película más bonita de la temporada, pero eso no significa que merezca un Oscar a la mejor película.

Puede que Coda sea la película más bonita de la temporada, pero eso no significa que merezca un Oscar a la mejor película.
Una imagen de CODA | Tri Pictures

CODA, acrónimo en inglés de Child of Deaf Adults (hija de adultos sordos) es una de esas películas agradables a más no poder cuya afabilidad, en ocasiones, juega en su contra. Su voluntad de mezclar drama y comedia y no salirse de un tono cotidiano, a menudo payaso y siempre convencional, pero a la vez complejo en sus matices, hace que, en efecto, la película que se estrena en cines parezca un dramedy televisivo. Pero lo cierto es que, en conjunción con buenos actores (Troy Kotsur, primer actor sordo, está nominado al Oscar) y un buen equilibrio en ese tono, la película funcione extraordinariamente bien.

En la película conocemos a Ruby (Emilia Jones, de la serie de Netflix Locke & Key), una joven con extraordinarias capacidades vocales pero que duda de su papel en la vida. Parte de la culpa, sin saberlo ellos, recae en sus padres, ambos sordos, incapaces en principio de apreciar las capacidades para el canto que enseguida descubre su profesor Bernardo Villalovos (Eugenio Derbez). Lo que sigue seguro que lo han adivinado sin ver la película: un romance adolescente, conflictos familiares y sí, hasta una función final donde el director Sian Heder toma una decisión creativa arriesgada, algo que seguro también se imaginan.

¿Previsible? Absolutamente. ¿Conmovedor? También. CODA, remake americano de la película francesa La familia Berlier, no te aburre con disquisiciones morales, evita en todo momento aleccionar al público y jamás explota la discapacidad de sus protagonistas para buscar la lágrima. Al contrario, plantea una curiosa inversión: busca todo el rato el humor y presenta a Ruby, la única de su familia que no es sorda, como una persona que se siente marginada en medio de una familia incapaz de dejarla marchar. Siempre que la película amenaza con tomar la vía dramática, la directora televisiva Sian Heder recurre al humor de trazo grueso; cuando la historia se sumerge en las sobadas aguas del melodrama de superación, trata pasar esa parte lo más rápido posible. Y triunfa haciéndolo: esa subtrama pesquera donde las cooperativas no cooperan y el Gobierno abruma a sus protagonistas con legislación, pese a torpemente insertada, realmente contribuye a cerrar esa apología libertaria e individualista de las clases populares americanas que tan poco y tan mal se explota. CODA falla amagando conflictos nunca desarrollados, pero su relato final de un acto profundo de confianza aún a costa de un clímax emocional, así como su abrumadora falta de pretensiones, resulta encomiable, igual que la labor de todos sus actores.

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