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Juan Manuel González

Crítica: 'Jackass Forever', con Johnny Knoxville

Se estrena en cines una nueva entrega de Jackass, la primera en una larga década.

Se estrena en cines una nueva entrega de Jackass, la primera en una larga década.
Jackass Forever | Paramount

Jackass Forever demuestra que algunos formatos, ideas o películas habitan simplemente en otra galaxia. La cuarta entrega de la saga de películas surgidas a raíz del exitoso programa de MTV, basada simplemente en pruebas de telerrealidad y cámara oculta ideadas para castigar a su reparto y divertir al personal, ha logrado recaudar más de 55 millones de dólares en cines americanos (72 en todo el mundo, a fecha de escribir estas líneas) en un momento en el que todas las películas que no lleven "Spiderman" o "Batman" en el título fracasan.

¿Y cuál es el secreto? Simplemente seguir igual y apostar por el humor más básico y desenfadado, al margen de problemas, movimientos culturales, de cualquier sentido del gusto y el olfato, sin siquiera plantearse otro significado. Uno imagina cortocircuitando a los que apuestan por lo ideológico del cinecon Jackass Forever, obra apolítica que empieza como una parodia genital de Godzilla y que sigue como siempre, solo que con sus protagonistas un poco más canosos, un poco más gordos y un poco más guarros. Un regreso a los básicos que nos recuerda que estamos hecho de carne, sangre, huesos y, sí, semen y otras secreciones, antes que de ideología.

De alguna manera, la apuesta de Johnny Knoxville y el resto del equipo de Jackass Forever, cuarta entrega de la saga de películas, se fundamenta en la sinceridad, y en una noción particularmente masculina de la amistad y el equipo. Como película, se trata de una ametralladora de gags sin argumento, una apología del más básico balonazo en los huevos y la sandalia en la entrepierna. Como apuesta cultural, si quieren llamarlo así, es una asombrosamente eficaz limpieza de prejuicios (inexistentes en la crudeza de la imagen de reality show) y una celebración, entre desesperada y emotiva, de las obsesiones genitales masculinas.

El resultado es un slapstick saludablemente hilarante, salvo cuando el chiste se fundamenta en materia fecal (aunque esto, como todo lo demás, será opinable). No es una celebración del vacío, sino una asunción humilde de nuestra estupidez y caducidad. El momento con el oso, la clásica cámara oculta en el food-truck, la culminación de su particular relato con la cornada al propio Knoxville, haciéndose un remake a una de sus antiguas proezas (y fracasando en el intento) son momentos a recordar en una película que puede verse como una cura de humildad.

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