
La irrupción de Judd Apatow en su triple faceta de director, guionista y productor supuso, no sin asperezas (las que provienen de su puesta en escena, sin ir mas lejos) una renovación de la comedia americana de los dos mil. De las películas más o menos sentimentales, románticas o familiares que poblaron el género éste tomó impulso -y con éxito comercial- hacia temas más personales, íntimos, el retrato de las relaciones humanas más o menos maduras desde la perspectiva de un Peter Pan evocado al fracaso. Esa es la espina dorsal del cineasta de Lío embarazoso, Si fuera fácil, Virgen a los 40 e incluso la reciente El rey del barrio, donde se distanciaba relativamente de su mundo interior para internarse en cierto miserabilismo.
La burbuja, su película multiestelar de Netflix ideada y rodada durante la pandemia, aparenta ser un inciso, una especie de paréntesis en la carretera de Apatow. Una fuga metaficcional en la que Apatow retrata el rodaje caótico de una superproducción, Bestias de los riscos 6 (¡!) así como el carácter más bien ensimismado y estúpido de los actores implicados.
El resultado, en vez de una vía de aire fresco, no podía ser más desigual, puesto que -como era de esperar en Apatow- atesora grandes momentos cómicos gracias a su capacidad para dirigir y hacer improvisar a sus actores… pero, a la vez, aumenta la impresión de nula o escasa progresión dramática, conformando una película que cuando avanza lo hace a hachazos en la sala de edición, sin que la concepción casi épica de su comedia coral (ni tampoco la crítica al Hollywood contemporáneo) lleguen a buen término.
La burbuja queda por eso como una rareza compuesta de gags sostenidos en diálogos imposibles, ideas delirantes (ese jugador del Betis encerrado con los actores….) que no sabe cómo ir hacia delante. Una burbuja en sí misma que Apatow no ha aprovechado para pulir su narrativa, mostrar la misma malicia a la hora de parodiar Hollywood que a la de mostrar las miserias de, por ejemplo, un matrimonio cuarentón, derivando en ocasiones hacia lo incoherente. Y, al final, una oportunidad perdida para que la interesante oferta al final acabe deglutida en el agujero sin fin de Netflix, relegada a lo más profundo de su catálogo.
Todo ello se amplifica por una duración de más de dos horas, una condición casi congénita en el cine del neoyorquino, pero que en esta ocasión pesa demasiado debido a la ausencia de un protagonista claro, de una psicología definida. Si Karen Gillan cumple como (más o menos) la protagonista, son secundarios como Pedro Pascal, David Duchovny o Leslie Mann los que se hacen con la función, donde eso sí, el autor se las arregla para introducir secundarios robaescenas como Harry Trevaldwyn o Maria Bakalova, la "hija" en la ficción de Borat. Al final, y pese a todos ellos, La burbuja es una película que se ve con más curiosidad que genuino agrado.