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Juan Manuel González

Crítica: 'Alcarràs', de Carla Simón, ganadora del Oso de Oro en la Berlinale

La película Alcarràs, que se estrena en cines, cuenta la vida y penurias de una familia del campo catalán.

La película Alcarràs, que se estrena en cines, cuenta la vida y penurias de una familia del campo catalán.
Alcarràs. | Avalon

La contundente ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, Alcarràs, es una cinta rodada en catalán por la directora Carla Simón, que después de Verano 1993 amplía su lienzo sin dejar atrás esa mirada infantil, pero por eso mismo de alguna manera incorruptible, en este relato de la vida de la familia Solé. Ellos son agricultores del melocotón desde hace décadas, varias generaciones viviendo bajo el mismo techo en estas tierras catalanas y que se enfrentan al que quizá sea su último verano de recogidas antes de la desaparición de su actividad, a punto de ser deglutida por otro tipo de granja: una de placas solares.

Con un ánimo paisajista alejado de lo cursi, Alcarràs narra una vida en el campo lejos, muy lejos, de lo idílico y placentero. La película narra la frustración en las tres edades de la familia Solé, desde el abuelo hasta los niños, interpretados todos ellos por actores amateur. Y el resultado es un minucioso relato de la vida en el campo sin condescendencias ni tópicos: un pedazo de vida tal y como es que, sin embargo, deja notables momentos de calidad cinematográfica.

Esta mirada limpia, pero en absoluto desprovista de punto de vista, resulta de una progresión narrativa fina, pero tremendamente clara: desde el principio sabemos que estamos presenciando algo, quizá el último verano como tal de esta familia unida en el campo del Alcarràs. El respeto y minuciosidad con el que Carla Simón aborda su actividad, la recogida del melocotón y el cuidado del campo realmente impregna al espectador de un estado de ánimo determinado (que no tiene que ser fúnebre en todas las ocasiones: ojo al precioso tono dorado de su fotografía naturalista). Una mirada otorga dignidad a una clase en extinción a punto de ser engullida por las energías limpias, simbolizadas sin embargo en una grúa que tiene bastante de amenazante, una idea que simboliza la escasamente convencional manera de abordar lo político, sin ensuciar su relato con discursos.

Al revés, prima el componente humano, lo pequeño. La melancolía hace acto de aparición en esa cena familiar con caracoles, en el paseo nocturno del abuelo o la recogida de higos con la nieta, y en determinados sucesos familiares que podríamos calificar de anécdotas pero que resultan altamente significativas. No hay melodrama o sentimentalismo en la historia, por mucho que los silencios, las miradas e incluso los juegos y las bromas impregnen de melancolía la película. Quizá afectada de una duración algo excesiva dados sus mimbres narrativos, Alcarràs es sin embargo capaz de crear interesantes simbologías con sus imágenes de convivencia cotidiana y trabajo en el campo. Carla Simón ha logrado una buena aportación a esa pintura del campo de Jean François Millet rehuyendo como del Diablo de la corrección política: aquí los personajes aparecen descritos en toda su íntima grandeza sin intención alguna de agradar, y por eso mismo, lo hacen.

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