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Juan Manuel González

Crítica: 'Doctor Strange en el Multiverso de la Locura', de Marvel y Sam Raimi

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura es consciente de su juego y compagina muy bien el estilo de su director y de la franquicia. Crítica sin spoilers.

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura es consciente de su juego y compagina muy bien el estilo de su director y de la franquicia. Crítica sin spoilers.
Doctor Strange en el multiverso de la locura. | Marvel Studios

Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, aparte de tener el título más "Marvel" de toda la Marvel, aquel que anuncia una fantasía desorejada a la manera de Steve Ditko y Stan Lee, es una película doblemente bienvenida. No hablamos de la debacle de las salas de cine, necesitadas al fin y al cabo de taquilla, sino de ese público fan de la factoría Marvel al que en esta ocasión se añade otro elemento nuevo conjurado por el inteligente productor Kevin Feige para paliar esa uniformidad que se venía percibiendo desde hace unos años en los productos de la casa.

El desembarco de Sam Raimi en la megafranquicia MCU, aparte de suscitar la curiosidad de otros fans, los del fantaterror de los ochenta y noventa, no da la impresión de resultar sin embargo un capricho, ni para el universo Marvel ni para él mismo: recordemos que el realizador de Posesión Infernal ya hizo sus pinitos con el género con el bastardo superhéroe Darkman, ideado de la nada por precisamente carecer de los derechos de algún personaje de cómic, y por supuesto la fundacional Spider-Man, que puso la primera piedra en el largo camino que hoy nos ocupa en el ya lejano año 2002.

El resultado se salda con un feliz éxito. No porque la secuela dedicada al Doctor Extraño esté libre de asperezas, que las tiene y con cierta abundancia, producto precisamente de una lucha interior difícil de articular en palabras. Pero el film de Raimi tiene todo aquello que los seguidores del director consideran su marca personal: un estilo visual endiablado, arrebatos de violencia sorprendentes en un film Marvel (casi siempre depositados por el director a modo de burla a la generación de expectativas en torno a IP futuras de la saga) y un humor tontorrón y sentido del autohomenaje que Raimi, siempre brillante pero siempre humilde, ha sido capaz de insertar sin demasiado problema en la franquicia más pilotada de la historia del cine.

La película goza de un sentido visual grotesco que se adapta perfectamente a la noción de Multiverso. Raimi, versado en estas lides gracias a su trilogía Evil Dead, se sirve de estos niveles narrativos para "poseer infernalmente" la mitología Marvel, articulando una metáfora diabólica: la Bruja Escarlata teledirige a sus objetivos de universos paralelos como lo hacían los diablos de Evil Dead con sus víctimas en la cabaña, algo que sirve en bandeja al director otra oportunidad para sus juegos de terror "slapstick" y hasta algún susto saludablemente innecesario. Una figura de cómo la película opera en toda la saga Marvel que sirve, de paso, para que Raimi muestre una dosis de experiencia superior a la media dirigiendo actores: Elizabeth Olsen nunca ha estado mejor como Wanda/Bruja Escarlata, explotando por fin el potencial trágico y hasta shakespeariano del personaje.

Ella se come literalmente a Benedict Cumberbatch, cuyo Doctor Strange aparece algo más desmadejado entre el caos narrativo de una película que, efectivamente, tiene sus puntos álgidos y bajos, que en ocasiones es devorada por un ritmo que ahoga alguno de los conflictos que un guión irregular va diseminando aquí y allá. Es el caso de esa disputa entre dos mujeres, la citada Wanda y América Chávez, por hacerse por el poder, o el propio arco como personaje de Strange, menos eficaz emocionalmente que el de la heroína devenida villana Wanda Maximoff.

Casi se diría que son argucias del propio Raimi, más interesado en explotar el juego "pulp" y naíf de un cómic de la Edad de Oro y Plata que la falsa psicología que las casi obligatorias concesiones a la representación "woke", aquí difuminadas a base de ideas visuales locas, de la expresividad contagiosa de una cámara juguetona y capaz de jugar con el espectador. Abrupta en su planteamiento y su exposición, maravillosamente enajenada en su concepción de lo fantástico, Doctor Strange en el Multiverso de la Locura es consciente, gracias a su director, de estar jugando ya en la liga del "todo vale" en el cine de superhéroes. Y por eso proporciona toneladas de diversión infantil al espectador cinematográfico.

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