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Juan Manuel González

Crítica: 'El arma del engaño', con Colin Firth y Matthew Macfadyen

El arma del engaño solo le falta un punto de brillantez para resultar memorable, pero eso no oscurece en absoluto sus méritos.

El arma del engaño solo le falta un punto de brillantez para resultar memorable, pero eso no oscurece en absoluto sus méritos.
El arma del engaño | Warner

Si me permiten un símil automovilístico, películas como El arma del engaño son como un Volkswagen Golf: la pura imagen del equilibrio alemán, ni el más dinámico ni el más cómodo, ni el más grande ni el más pequeño, pero sí el más polivalente en todos y cada uno de los aspectos que uno ha de valorar como un experto conductor. La película de John Madden (Shakespeare in love) no es alemana como el coche, sino inglesa, pero es igualmente difícil buscarle un flanco débil: obedeciendo al tópico de las películas británicas, es tan absolutamente correcta y sólida que es difícil hincarle el diente para hundirla (si eso es lo que pretendemos).

La película relata los pormenores de la operación Carne Picada, una de las acciones más endiabladamente inteligentes (y arriesgadas, y absurdas) de la Segunda Guerra Mundial… y una de las que decantaron la balanza a favor de los aliados. Basada en el libro de Ben Macintyre, El arma del engaño cuenta cómo los oficiales británicos Owen Montagu (Colin Firth) y Chales Cholmondeley (Matthew Macfadyien) se sacaron de la manga un peculiar engaño a las tropas de Hitler: utilizar un cadáver con documentación falsa y hundirlo en la bahía de Cádiz para sugerir a los espías alemanes que probablemente estén mirando por un ataque (falso) en la costa griega.

Esta operación de contra-contra espionaje no solo resulta notablemente actual y oportuna, en tanto nos presenta una versión pretérita de las tan traídas y llevadas fake-news (ojo a alguna oportuna referencia a Rusia por boca de Churchill, interpretado por Simon Russell Beale) sino que configura una sólida película de espionaje bélico que, como diría el tópico, tiene un corazón de oro. El respeto con el que Madden trata el cadáver utilizado para el engaño, el peculiar triángulo amoroso que se establece entre Montagu, Cholmondeley y Jean Leslie (Kelly MacDonald) e incluso la profesionalidad que la que se muestra la labor de las tropas españolas de Franco son elementos que, junto a otros, contribuyen a otorgar peso a un relato de espionaje que de otra manera caería en lo convencional.

Y convencional, en cierto modo, es, pero al menos deja aflorar emociones contenidas obra de una excelente pareja de protagonistas, tan excéntricos como entrañables, y una razonable dosis de inteligencia que los espectadores de cine de entretenimiento adulto probablemente añoren en la gran pantalla. El arma del engaño es una de esas correctísimas películas que no tratan al espectador de estúpido, que no intentan rizar ningún rizo y que hacen de la profesionalidad su única bandera.

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