Adaptación de la novela Une jeune morte de Georges Simenon, publicada en 1954, la nueva adaptación de los casos del comisario Jules Maigret es un maduro ejercicio de romanticismo de época, matizado eso sí por un tono lúgubre y melancólico, reposado pero enérgico en todo lo relativo a un clasicismo solo emborronado por algunas correcciones de cámara innecesarias.
En Maigret, un excelente y comedido Gerard Depardieu, que se vale de su opulenta presencia física para dibujar un personaje más grande que la vida, protagonista de decenas de novelas (y decenas de adaptaciones), vaga por las calles de un París solitario mientras avanza una intriga policial bien sencilla que parece, eso sí, más interesada en otorgar dignidad a esa mujer muerta en el prólogo que por proporcionar sorpresas extremas al espectador.
El resultado es un modesto filme de intriga que no llega a hora y media pero cuyo valor, su verdadera medida, está no en su abundancia de datos sino en la profundidad de sus elecciones dramáticas. La identidad de esa joven muerta se va construyendo a golpe de entrevista mientras el espectador atisba su valor como sombra, recuerdo o proyección del apesadumbrado Maigret, un maduro y taciturno caballero que desafía los tópicos coetáneos de la representación masculina y patriarcal al tiempo que la película guiña un ojo, o los dos a la vez, a la célebre Vértigo de Hitchcock.
Esa ternura se resume en un excelente plano final orquestado por Leconte, casi un paisaje urbano impresionista con el que el orondo y cansado Depardieu se funde y desaparece ante nuestros ojos, en una película quizá menor pero casi excelente en sus propios términos.
Maigret se estrena en cines españoles el 27 de mayo.