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Agapito Maestre

Alma quebrada. Un designio cultural

El Reina Sofía, el segundo museo nacional de España, ha dedicado todo un ciclo al cine de García Pelayo.

El Reina Sofía, el segundo museo nacional de España, ha dedicado todo un ciclo al cine de García Pelayo. Enhorabuena. Han acertado. Estamos ante un cineasta de cine. Un Creador. Sus películas aúnan las cualidades del artista, el esteta y el moralista. La amenidad de su obra está al alcance de todos los públicos, pero lo sublime de su arte requiere espectadores con ingenio; también las razones de su estética, siempre ligadas a la promoción del bien, precisa de observadores con juicio y gusto. A cambio de esas exigencias, el contemplador de sus películas recibirá multiplicadas, transformadas y enriquecidas sus facultades de ingenio, juicio y gusto. Preparémonos para ver su cine sin máscaras ideológicas y poniendo entre paréntesis los prejuicios del cine comercial. Dispongámonos a ver las once películas en que ha participado este artista entre abril 2021 y abril de 2022. Algo inédito en el cine mundial. Hoy sólo escribiré de una de ellas, Alma quebrada, situada, como todas las otras, en el contexto de una estética que reflexiona permanentemente sobre la vinculación de la belleza y el bien, sobre el arte de hacer cine y la promoción de la bondad, es decir de la felicidad.

Acaso por eso, por la inseparabilidad de bien y belleza, todas su películas están llenas de aforismos, sentencias y afirmaciones para mejorar la vida de las personas. El cine de García Pelayo es moral antes que especulativo. Todos los efectos visuales y expresiones conceptuales, incluso la mayoría de sus grandes intuiciones, son pasadas antes o después por el tamiz de una refinada educación sentimental, es decir, por la educación de un director que con esfuerzo, paciencia e inteligencia, ha conseguido sacar lo mejor de lo peor de los afectos y pasiones del hombre. Educación de sentimientos hay en todas sus obras a través de un ingenio único y singular en el cine español de aquí y ahora. La ingeniosidad de esa educación sentimental es su fortaleza, aunque a veces también es su columna más débil, no por carencia de pensamientos, sino por la riqueza y exuberancia de ellos. Ingenio desbordante, juicio medido y gusto relevantemente jocundo son los componentes esenciales de su cine.

El peculiar entrelazado de esos componentes, forma creadora de belleza y perfección de las partes en un todo, surgido en el proceso creativo (intuición, guión, localización de lugares, montaje y, sobre todo, rodaje y filmación), cine de cine, convierte en inolvidables el todo y las partes de la película. Una escena contiene, soporta y aguanta toda la cinta, y viceversa. Si la forma de hacer cine, o mejor dicho, de creación cinematográfica vivifica a la vez la película entera y cada una de sus partes, entonces no puede sorprendernos que sus películas no se dirijan a las masas sino a las personas. Más aún, parecen sentencias, a veces jaculatorias, casi tratados amables, de dirección espiritual para sus amigos. Sus películas son epístolas privadas, exhortaciones consolatorias, para elevar el ánimo de sus espectadores; poco tienen que ver con el psicoanálisis, aunque a veces no falta, y mucho con la recomendación puntual para curar algunas enfermedades del alma.

Jamás expone un sistema ético; nunca ha ejercido García Pelayo como un enterado profesor de teoría y preceptiva moral, sino que va de un sitio a otro, a veces sin rigor alguno, para hacer el mayor número de amigos posibles. No es, en efecto, un ético sino alguien que describe con rigor la moralidad de las personas. ¡He ahí un moralista de estirpe aforística! De todas sus películas pueden entresacarse cientos de escenas bellas y sentencias nobles. Hallamos tantos planos felices como máximas placenteras. La elocuencia determina su cine. Todo es fluido en sus cintas. La soltura de su mente permite a la cámara recoger la vida tal cual es sin trampa ni cartón. Su cine es la antítesis de lo inexpresivo. Es cine de pensamiento vital. De comunicación. De tú a tú. De cara. García Pelayo vuelve a la vieja sabiduría: el rostro es el espejo del alma. El cine es captación de la expresión. Es su forma de razonar. Sí, la vida exige ser pensada, porque previamente la abstracción ha cedido su lugar a lo cercano e inmediato, a lo más popular y menudo, para que vuelvan a ella, a la casa del pensamiento, transformados en arte y en ráfagas de ciencia estética. Desaparecen la pedantería y la impostura. Su cine es un balanceo permanente entre la búsqueda de lo auténtico y algunos hallazgos espirituales para seguir viviendo con dignidad. La ciencia alegre de sus películas brilla en el bellísimo plano de la facundia. Una no es sin la otra. No hay sabiduría sin desenvoltura y desparpajo para acabar con lo malo de las tradiciones.

Pero, ojo, la ciencia, el esfuerzo por alcanzar la verdad del realizador, nunca desaparece como algún intuitivo pudiera sospechar. A pesar de que la índole clave, la condición básica, de todas sus películas es ser más admirables por las escenas, las sentencias de aquí y de allá, en fin, por hallarnos de repente ante lo que nunca esperábamos, que por una planificación rigurosa de planteamientos, nudos y desenlaces, existe siempre una estética, un argumento fundamentado en una narrativa, una historia, que exige al espectador atención, colaboración y participación para descubrirla y disfrutarla. El relato de sus películas es mítico. Auténtico. Quizá éste punto sea central para decir que cada película de García Pelayo es una obra de arte. Sucede con sus películas, como los grandes cuadros de pintura, que cada vez que lo miramos nos dicen algo nuevo; cada vez que las contemplamos, nos traen una novedad. Dan vida. Vivifican a sus espectadores.

Alma quebrada, financiada por el Gobierno de España, está destinada a ser película de museo. Mística película. De paisajes y personas. Mística española, integradora y expansiva del universal amor de Dios al mundo. Mística aguda, amena y delicada. Ingeniosa de principio a fin. Talento fecundo demuestra quien une el cielo y la tierra. El ingenio psicológico, íntimo y retraído de García Pelayo camina de la mano de su ingenio musical, oratorio y extravertido. Imposible hallar un momento, un plano, una escena, un diálogo donde el uno se separe del otro. Convivencia feliz respira el espectador de esta película entre quienes buscan a Dios en la contemplación silenciosa de sus almas y quienes lo hallan en la observación de la armonía que reina entre las cosas creadas. Los soliloquios, o los diálogos consigo mismo o con otros, de los protagonistas compiten en excelencia y belleza con las magníficas descripciones de calma y proporcionalidad de monasterios y paisajes, de lugares, o exteriores, de cantores, o poetas, cuasi sacralizados por la viveza de una portentosa fotografía. ¡Fotografía en movimiento! Cine a lo grande es Alma quebrada. Pintura viva para nuestra época. El director de fotografía ha obedecido sin pestañear el dictado imaginario de García Pelayo. Ahí reside su grandeza. José Enrique Izquierdo, un extraordinario artista que ilumina todo lo que ve, ha transformado un imaginario simbólico en una rica y compleja realidad para los sentidos y la inteligencia. De lo imaginario a lo real y viceversa. Película muy bien pensada y sentida. Creativa. Admirable cópula hace esta película de lo alto de Dios y de la nada del hombre.

El estudio de esta película escapa a las posibilidades de la crítica. Es decir de la filosofía. Algo sutil y profundo existe en ella que se resiste a ser captado por el crítico cinematográfico, literario o de cualquier otra especie que sea. Los vuelos líricos de esta película parecen inalcanzables para la técnica más depurada de la crítica. Cabe estudiarlos, cercarlos y compartirlos, pero siempre será inaprehensible algo, un matiz de la inteligencia o quizá un espíritu poético, que llena toda la película. Será imposible explicar la etérea, subjetiva e incierta vibración que infunde a su obra el sentimiento poético de García Pelayo. Desde la primera y quebrada interpretación de Selina del Río hasta su última canción para coronar las escenas finales de la película, pasando por los cantes jondos de José el de los Camarones, la voz aterciopelada de Laura Marchal y los anhelantes cantos de "lo totalmente Otro" de Nagot Picón, sentimos, a veces casi palpamos, que las almas de estos personajes han sido sacudidas por una experiencia extraordinaria. Sin duda alguna, mística.

El estremecimiento sentido por esos cantores es transmitido al espectador con sencillez y belleza. Nadie dirá que hay algo oscuro en esta transformación. Todo en esta película es claro, diáfano y brillante. Luminoso. Y, sin embargo, imposible de explicar sin implicarse, comprometerse y volver a vivir el tránsito de lo humano a lo luminoso. A lo Divino. Cada vez que veamos esta película, reitero, nos dirá algo nuevo. Algo que fue imposible de captar por la técnica más delicada de la crítica, será vivido con fruición por el espectador sencillo y de mirada limpia. Lo que no capta la razón es vivido con alegría por el corazón. Así es el cine de García Pelayo tan cercano y popular como la copla que San Juan de la Cruz cantaba al Niño Jesús:

Mi dulce y tierno Jesús;
si amores me han de matar,
agora tienen lugar.

El pilar central de Alma quebrada es, ciertamente, el Canto. Las bellísimas canciones, felizmente interpretadas y representadas por unos cantores excelsos, tienen, lo sepan o no los autores de las letras y las músicas, su fuente de inspiración en el bíblico Cantar de los cantares. Esta celestial égloga amorosa sigue siendo hoy, como lo fue en tiempos de nuestros grandes escritores místicos, la principal pieza a imitar, traducir, comentar y parafrasear. Nadie en el cine, genuina literatura de nuestro tiempo que aúna las auras populares y los vientos clásicos, ha podido prescindir de ese canto a la hora de dar razón del amor entre Dios y el hombre. Nada mejor que ese incomparable Cantar para volver a representar el centro del cristianismo: la exaltación de la radical libertad de la persona humana en relación con la persona divina. Quizá sea esta idea de libertad, seña de identidad indeleble de la cultura cristiana en la modernidad, la mejor plasmada en esta película que recrea con entusiasmo y esperanza el Cantar de los cantares. La elocuencia poética de esa mimesis recreativa alcanza su grado más alto al que pueda llegar el cine, el arte que contiene otras mil artes, en la interpretación del Poema de Santa Teresa de Jesús a cargo de Selina del Río, Laura Marchal y Aida Khaidarova. Magistrales son las repeticiones de:

Ya toda me entregué y dí,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Y perfecta es también la interpretación de Nagot Picón del poema del Ciervo herido, compuesto por sus padres para mayor gloria del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Extraordinario paisaje de un bosque al atardecer acoge con ternura la la voz y representación de un poema tan popular como clásico. Místico. Inolvidable siempre por la imagen que grabó en mármol el Senequita de Santa Teresa:

El ciervo vulnerado
por el otero asoma.

Y grandiosos son también los cantes de José el de los Camarones. Las desgarradas y populares letras son encajadas a la perfección por José en los más patéticos momentos del cante jondo. La negación de su origen bíblico sería peor que osadía moderna: torpeza para captar el estilo y el tono del pueblo español.

Alma quebrada es un ameno y poético relato para conocer el alma profunda de eso que alguna vez llamamos el espíritu del pueblo español. ¿Nostalgia de futuro o el pasado de una ilusión? ¡Quién lo sabe! Habrá tiempo de indagarlo a través del cuento que nos cuenta Chipi, ese narrador genuinamente cervantino y necesario en toda película de Gonzalo, que aparece cuando menos se le espera para recordarnos que somos el tiempo que vivimos. ¿Tiempo de moradas, de castillos interiores, para encontrar el centro del alma quebrada?

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