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Agapito Maestre

De paseo por la India

La India contiene mil Indias. O mejor 1.300 millones de almas indias. Tantas almas como indios.

La India contiene mil Indias. O mejor 1.300 millones de almas indias. Tantas almas como indios.
Escena de Diario Tamil, película de Gonzalo García Pelayo | Archivo

De las once películas que rodó Gonzalo García Pelayo (GGP) el año pasado, dos están dedicadas a la India. Chicas en Kerala y Diario Tamil. Son deliciosas. Ojalá puedan verlas y disfrutarlas en la Cineteca Madrid durante el mes de septiembre. Nada tiene que ver una película con la otra. Son dos películas tan diferentes que alguien no avisado podría atribuírselas a distintos directores, pero las dos son de GGP. La India es el telón de fondo de la primera. Los caracteres de los personajes tienden a diluirse en conversaciones banales y frívolas. Las dos supuestas actrices centrales del film, dos mujeres de turismo por Kerala, solo tienen la función de acompañar a la genuina protagonista, una niña, que es seguida permanentemente por una cámara. La India vista con la ternura de una bella niña nos dice mucho del mundo de la infancia y poco de las costumbres, la religión, las lenguas, los templos y el espíritu del país. Esta película es una explanación visual y artística de muchos temas que habían aparecido en dos películas anteriores de GGP, Niñas y Niñas II.

En la segunda película, Diario Tamil, la India deja de ser un telón de fondo para convertirse en el centro natural, artístico, religioso y musical de tres adultos occidentales que quedan fascinados, sumergidos y envueltos por el espíritu del país. Los personajes de esta película tienen entidad. Dicen y hacen cosas significativas, sí, porque están inmersos en la India. Es como si la India les hubiera tocado el corazón y la razón. El director capta con sutileza la transformación de los sentimientos e ideas de esos personajes a medida que son cautivados por los paisajes, las gentes, las religiones, las lenguas y, en fin, la civilización que hallan en la India. El estudio de los caracteres se sobrepone a la historia narrada.

"De la India nunca se sabe lo bastante" es el principal pensamiento (quizá sería mejor decir mensaje) que extraigo de estas dos películas de GGP. La India contiene mil Indias. O mejor 1.300 millones de almas indias. Tantas almas como indios. He ahí la almendra de dos películas de un viajero ilustrado, un director de cine, que ha visitado once veces el país que nos descubrió Heródoto en la Grecia Antigua, Marco Polo en la Edad Media, y los españoles y portugueses en el Renacimiento; luego, en la llamada modernidad, Occidente conoció la India de la Gran Bretaña: colonización comercial y asilvestrada, descolonización geométrica y miseria en mil lenguas ocultas detrás del inglés. Más tarde, el mundo entero supo de la India de Gandhi, el hombre que viajó a Occidente para descubrir el Oriente, el liberador de un país que, después de probar todo tipo de manjares religiosos, se quedó con el Bhagavad Gita hindú; los entendidos en teosofías dicen que esa opción fue clave para plantarle cara a un imperio. Es posible. Pero, más allá de que fuera o no cierto que el Gita le enseñara a Gandhi el camino de la liberación, creo que la India espiritual, la India, siempre consideró que el auténtico campo de batalla mora en el interior de cada ser humano.

La India brilló en todos los tiempos por ser una gran potencia espiritual. Este poderío fue mostrado por Jean Renoir, a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, en una película magistral: El río. También supuso un cambio radical en la trayectoria de este director: antes de esta película la ideología de Renoir acababa tapando su arte, incluso hizo una película pagada por el Partido Comunista de Francia, pero a partir de esta película dejó las doctrinas, las fórmulas y las preceptivas socio-políticas. La narración de la vida, el discurrir de la vida cotidiana, fue su principal objetivo. Era la mejor manera de trascender lo real. El cine se hacia gran literatura. El río es todo un parteaguas en la historia del cine, según dicen los cinefilos o sabios de la crítica cinematográfica. El mito de que la India y el Espíritu caminan cogidos de la mano, sin duda alguna, fue elevado a categoría cuasi filosófica por Renoir. Quizá por eso la India se nos hace inabarcable en todos los ámbitos de la vida. Se diría que la infinitud es su principal unidad de medida. Este país tiene una infinitud de dioses y mitos, de creencias y lenguas, de razas y culturas. La India nos sobrepasa por todas partes. Miles son los lugares de culto sin que exista un rito colectivo. Ritos, ritos y ritos son practicados en cualquier lugar y hora de este bendito país. India es un ritual infinito. Hinduismo, confucianismo, cristianismo, islamismo y más religiones que no sabría pronunciar sus nombres aparecen asociadas con la India. La liberalidad politeísta reina desde hace milenios en este país surgido de la antigua Persia. Hay dioses y diosas para cualquier cosa y templos para rendirles culto; un día descubrimos un templo dedicado a Kali, la diosa de la destrucción, representación última de los estragos causados por el paso del tiempo, y otro nos topamos con Rati, la diosa (deví) del sexo, el deseo carnal, la lujuria, la pasión y el placer sexual.

Y, sin embargo, no hay problema de convivencia entre deidades. Ahí se sostiene un pilar del mito India. Éste fue uno de los descubrimiento de Renoir que GGP desarrolla con una poética propia y singular en Diario Tamil. Aquí muestra con precisión que existe un cierto orden dentro del caótico, complejo y abigarrado mundo espiritual de la India. Un orden que incluso se sobrepone a la huella dejada por las diferentes civilizaciones que han pasado y, a veces, penetrado en la India; quien visita Bombay, por poner un solo ejemplo, no puede dejar de recordar que por allí pasó Vasco de Gama, en 1514, convirtiéndola en la puerta obligada para entrar en la India del Sur, el mayor puerto comercial de toda Asia. Aparte del viejo nombre Bombay, del portugués Boa Baía, "Buena Bahía", no creo que quede mucho de Portugal en la actual Mumbai, pero la India, especialmente la del Sur, tiene rastros portugueses y, por tanto, hispánicos por todas partes; negarlo sería tanto como desconocer que aún son impresionantes los restos de Bassein, una ciudad fortificada portuguesa desde 1534 hasta 1739, nada más cruzar el río Ulhas, separación natural de las islas de Bombay y tierra firme. Todos esos datos y otros mil más de idéntica prosapia son conocidos por GGP, y algunos de ellos son recogidos con elegancia en estas películas. Pero nada de eso, de esa erudición sobre la India, tendría importancia si no fuera acompañada por el arte de un director que con mínimos medios extrae réditos grandiosos. Estamos ante dos películas de un artista muy bien informado sobre el pasado, el presente y el porvenir de este país, pero renuncia con inteligencia y sensibilidad a enumerarnos todos sus saberes sobre el asunto. No quiere contaminar con ideología el mito India. Y adopta la humilde condición de los ojos de una niña y unos viajeros españoles, dos mujeres y un hombre, con sensibilidad e inteligencia para entrarle a la India. Dicho en corto y por derecho, GGP tiene un gran respeto por la "Peña de los Enteraos" en el asunto de la India, pero nunca ejercerá como uno de sus sabios. Él sólo viaja, ve, rueda o filma, escucha y cuenta, o sea, ordena ese heterogéneo, confuso y enmarañado mundo de la India. Deja claro desde las primeras escenas sus fuentes cinematográficas. Su tradición. Él no quiere enseñar nada a los indios sino que solo quiere aprender de ellos.

Rinde respetuosa pleitesía al genio de Renoir, sobre todo en Diario Tamil, y a la información realista de Rossellini; sin embargo, lleva a estos dos directores a lugares insospechados por ellos en sus películas: consigue entrar en la India sin rodeos intelectuales. Muestra el alma de la India con las mínimas armas de la racionalidad instrumental del mundo occidental. El mito de la India podemos tocarlo gracias a la creación de un discurso que consigue desprenderse de las ataduras ideológicas de Occidente. Logra un orden del desorden a través de una mirada limpia a un mundo recargado y lleno de creencias. Da una estructura, o mejor, jerarquiza y armoniza el caótico mundo de este país. Capta, sí, la luz de la India sin necesidad de someterse a una previa premeditación. Va directamente al grano. Medita la India a través de su filmación. Fotografía lo inmediato sin aderezo alguno. Las miles de imágenes bellas de estas películas nos atraen desde el principio. Capta con serenidad y sencillez el transcurrir de la vida cotidiana de un país que parece desconocer la parte trágica de la existencia.

La belleza y el sosiego emergen por todas partes en Chicas en Kerala, incluida la voz en off de una narradora, Anya Bartels-Suermondt, que nos acompaña durante toda la película con pocas y delicadas indicaciones sobre la cultura religiosa de la India. Nada tiene de pedante la repetición creadora de esa narración. La divinidad risueña nos acompaña durante toda la cinta. La risa del niño se distingue, sí, de la risa del tonto y el cínico, del loco y el cobarde, pero la risa india trasciende con facilidad los géneros literarios de la risa. La divinidad de la risa se sitúa más allá de la comedia y de la tragicomedia. ¡No está en un mundo feliz, pero tampoco habita el territorio de la desesperanza! Parece que asistimos en las dos películas a la reconciliación de un alma en combate consigo misma y con su entorno. La reconciliación entre el hombre, la naturaleza y sus dioses alcanza su plenitud en Diario Tamil; no son necesarias explicaciones de voces en off ni textos para ayudar al espectador a ver la unidad, el Uno, que habían separado las diferentes doctrinas religiosas y sus intérpretes. Vemos lo idéntico a sí mismo. Asistimos al restablecimiento de la concordia, sin necesidad de mostrar la discordia, al través de imágenes impresionantes de montañas mágicas y templos inimaginables para una mentalidad occidental.

José Enrique Izquierdo, genial director de fotografía, ha retratado con precisión lo pensado por GGP, o mejor dicho, su dejarse llevar por el decurso de la existencia. El río de la vida. Hay una fusión permanente entre el rodaje de la vida y la ficción de la película. No se sabe bien cómo diferenciar entre el documental sobre un país y el guión de una película, o mejor dicho, la ficción sobre la India. Se trata de poner la cámara, naturalmente, de colocarla de modo exacto y recoger lo que pasa por allí. Estas fotos en movimiento recogen sin cosméticas ni falsos añadidos el secreto de este país. El asunto está a la vista. El panteísmo lo cubre todo, incluso difumina el límite con lo monstruoso. No hay sentido fuera del Uno; lo Único determina la alegría, que está casi siempre en el borde de la solitaria e infecunda alma de quien está dispuesto a desaparecer absorbido por el todo. El riesgo del hombre sin conciencia, es decir, del ser sin libre albedrío, está siempre al acecho. Quizá sea algo muy cercano a la ausencia de deseos, pero lejos de la indolencia; en efecto, el karma yogui —perdón por la pedantería— es una persona de acción. Hace de todo; hace muchas cosas, como dicen los sabios y "enteraos", salvo preocuparse por los resultados de su esfuerzo. Quizá sea ésta la principal contradicción que debe conllevar la India de ayer, de hoy y acaso de mañana. La vitalidad ha sido ahormada por la espiritualidad mística de lo Uno. Lo Único.

La tradición india y la de Occidente, lejos de neutralizarse, se mezclaron hasta lograr crear una suerte, por decirlo con lenguaje de Octavio de Paz, de barroco indo-occidental. Quizá la grandeza máxima de ese barroco tenga su mejor reflejo en la música india. En este ámbito no caben escondites y emboscaduras para GGP, aquí el director se supera a sí mismo: de tres mil temas musicales habrá hecho una primera selección de un ciento y, posteriormente, se habrá quedado con una decena y así, depurando y depurando, habrá logrado quedarse con las seis o siete músicas que dominan Diario Tamil. Cuesta imaginar el esfuerzo intelectual y artístico de GGP en esa selectiva labor, pero el resultado es una genialidad. Pocos directores de cine podrán decir como GGP: he ahí la música de la India, especialmente la música de Diario Tamil está bordada con los mejores hilos y sedas del extraordinario productor musical que sigue siendo GGP. La actuación de la actriz y extraordinaria cantante Selina del Río con un grupo de músicos callejeros indios es para enmarcar. Ella los sigue, pero, al final, son los indios quienes siguen a Selina. El mestizaje es creativo. Los viajeros españoles han sido transformados por la India.

Las músicas de Diario Tamil no ayudan a descubrir la India, sino que adelantan uno de sus secretos mejor guardados: escuchamos y vemos en ellas una India indómita con el lenguaje espiritual de la propia India. En otras palabras, la India casi siempre ha sido vista desde Occidente, pero GGP se rebela contra esa visión para mostrarnos una India abisal, recóndita e indomesticable. Una India a secas y hasta salvaje. Ha construido un atrevido discurso, relato o cuento de la India profunda, básica y primaria. No occidental. La India de ayer, de hoy y del futuro están contenidas en Diario Tamil. Respetuosas es esta cinta, reitero, con El río, de Renoir, pero, a su vez, esa joya ha sido integrada, o sea superada, en la película de GGP. El mito de la India está al alcance de cualquier espectador de esta película. Alta cultura hay en esta India bravía de GGP. Eleva el nivel de conversación sobre un país con más de mil millones de habitantes y cinco milenios de historia. La tradición de búsqueda de la India mítica ha sido elevada de categoría. A partir del estreno de estas dos películas, cuando se hable del cine y la India, nadie dejará de recordar la triada: Renoir, Rossellini y García Pelayo. No, no exagero, ¿o acaso existe algún otro director español, aparte de GGP, que haya rodado y montado una película sobre la India?

GGP ha conseguido presentarnos una India irreductible a categorías únicamente occidentales. Ha formulado mágica y racionalmente, imaginativamente, un discurso no occidental de este país, especialmente en su perfil más enconado con o contra Europa; ¿como llamar a ese discurso fílmico ajeno al discurso cristiano-hispánico y al europeo de la modernidad y el progreso? ¡Discurso salvaje! O quizá sea más apropiado tildarlo de discurso mítico, simple y pegado a la tierra. No sé, pero una cosa es inequívoca: ahí está la India profunda. Habrá cosa más elemental, cuasi originaria, que la visión de un país a través de la mirada de una niña, centro del viaje por Kerala, o las visitas a templos sagrados, en Diario Tamil, de tres viajeros occidentales, son los componentes esenciales para construir un discurso primario, básico y, al fin, salvaje sobre la India, que está inevitablemente obstaculizado y, a veces, hasta parasitado por una concepción del mundo occidental grecorromana, judía y cristiana. No se presentan, sin embargo, esas mutuas relaciones de las tres narrativas como un combate trágico sin vencidos ni vencedores sino como un río que fluye. La vida.

También la vida de la razón es alegre en la India. Jamás GGP culparía a la religión, y menos al hinduismo, el budismo, el cristianismo o el islamismo de los fracasos de la vida pública de la India de hoy. La cosa no va de ideologías sino de Arte. De mitos, o mejor, de la conservación artística del mito India. Películas clásicas son las de GGP, porque mantienen lo inalterable de la India. Su espíritu. El viaje de GGP por la India, lejos de desmitificar, o sea destrozar lo que a nadie hace daño, el espíritu, lo mantiene como reservorio moral para rescatar del abismo a una humanidad fracasada por un exceso de Razón Instrumental. La India de GGP es compatible con la Razón Cálida, Alegre, que acompaña todo su cine. El mito de la India, por fortuna, sobrevive.

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