
Trece vidas muestra una cara de Ron Howard que no resulta del todo desconocida, que ha ido descubriéndose con el paso de (muchos) años y que a su manera le aproxima a sus grandes referentes artísticos. Desde su criticado Oscar por Una mente maravillosa, uno de los paradigmas del "entertainment" moderno, multigénero y multicapa, pero evidentemente por detrás de otros iconos como -lo vamos a decir- Spielberg, ha ido vistiéndose de cineasta algo más serio con dramas deportivos (Rush), obras de época de escasa repercusión comercial (Frost/Nixon), cintas de aventuras clásicas (En el corazón del mar) y retrato social con aspiraciones (Hillbilly). No faltan ni siquiera documentales (The Beatles: Eight Days a Week) y otras decenas de producciones de distinta estirpe en este vórtex en el que se ha ido convirtiendo la filmografía de quien era considerado inicialmente un director de comedias comerciales. Todo ello alternado con otras ocasionales muestras de "blockbuster" más o menos afortunado como su spin-off de Star Wars, Solo (encargo aceptado in extremis para salvar la producción) o la trilogía Da Vinci con Tom Hanks.
Trece Vidas no oculta su vocación de adscribirse a esa primera categoría, a ese "segundo Ron Howard", lo que seguramente llevará las manos a la cabeza a los fans de los inicios del director, el de entrañables fábulas como Willow, Cocoon o Splash. El director se introduce como nunca antes en los rigores de una narración dramatizada pero de fuerte aliento documental, limitado -pero también reforzado- por los hechos reales que narra. Y hemos de decirlo ya: triunfa absolutamente, confeccionando un relato cinematográfico de dos horas y media cuyo ritmo u objetivos nunca se pierden en favor de la acción, el melodrama o incluso el ejercicio de suspense (que lo tiene), simplemente porque no lo necesita.
Howard comenzó como actor, siguió como director de comedias y se insertó desde el comienzo en la industria como eso que se ha venido a llamar artesano, se apoya eso sí en un trío de actores más familiares que famosos, pero indudablemente carismáticos, como son Viggo Mortensen, Colin Farrell y Joel Edgerton (además de un nutrido grupo de actores tailandeses que hablan en su idioma original). Pero ahí se acaban sus licencias y sentimentalismos: el objetivo aquí es narrar el rescate real de un grupo de trece niños atrapados en el Monzón en una cueva tailandesa. Un suceso que conmovió a la comunidad internacional y que requirió de la colaboración de miles de personas y decenas de países, y que para Howard significa una cosa y solo una cosa: narrar, narrar y narrar.
La película que estrenó en su streaming la plataforma Prime Video, de Amazon -una pena no poder verla en pantalla grande- destaca por su dramatismo contenido (pero no aburrido), la ausencia de sensacionalismo (pero no de interés), su ritmo estable a lo largo de dos horas y media y, en fin, por reunir lo mejor que una producción de Hollywood puede aportar a un relato que, según la tesis de Howard, no necesita de demasiados adornos. Su decisión de dar un paso atrás y ceder el protagonismo a los hechos crea, eso sí, una interesante paradoja: Howard, tomando esa resolución (afortunada) se convierte en el inesperado protagonista de su película, el artífice de su éxito. Trece vidas es una grata sorpresa en la que demuestra las hechuras como contador de historias que todavía se le siguen negando.