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Agapito Maestre

Esplendor y miseria del cine

He aquí una Estética, una reflexión imponente sobre el arte de hacer cine, en la frontera, siempre peligrosa, de la literatura.

El libro de cuentos de Luisa Grajalva: El otro lado de la realidad es un pilar clave de la película del mismo nombre de Gonzalo García Pelayo (GGP). Se estrenará próximamente, junto a otras diez películas realizadas por este director en el último año, en el Museo Reina Sofía y la Cineteca Matadero. El deslumbrante inicio del film es algo más que una declaración de intenciones contra la ansiedad que despierta la presencia del mal en nuestras vidas. Es una prueba, una elaborada ejemplificación, del poder de un director para transformar la inquietud de una obra literaria en una sugerente y alegre reflexión cinematográfica. De la adaptación trata esta película. La adaptación, eso que han practicado todas las artes en todos los tiempos, es el hilo argumental de la película.

Porque el Arte siempre adapta, genial comienzo es hacer desaparecer el título del film y poner en su lugar, o sea adaptar, el de un cuento de Grajalva; sí, en la pantalla no aparecen los créditos del título del film sino el de la Segunda oportunidad. Rica y obvia metáfora para darle al cuento una segunda oportunidad en el cine. Magnífica es la adaptación de GGP, porque consigue enriquecer, en cierto sentido mejorar, lo escrito por Grajalva, aunque el propio director no parece estar contento con los resultados y replantea con generosidad el asunto: ¿cómo podría hacerse holgado el arte contenido en el cuento? Ahí empieza otra película, entonces aparece en la pantalla el título exacto de la película: El otro lado de la realidad (aunque mejor hubiera sido llamarle, según justificaré más adelante, Otra realidad). La cuestión clave sigue siendo lo trágico de la vida; o sea, la pregunta es por qué el dolor y el sufrimiento, por qué la desgracia, por qué la soledad, por qué tanta tragedia…

La película sigue transcurriendo sin pausas explicativas. De repente todo se ha convertido en un grandioso diálogo. El espectador ya sabe bien de qué va la cosa. Se han volatilizado los guiños pedantes sobre el poder educativo del cine y, como en casi todas sus películas, desaparece la impostura. Ésta es solo un tema pensamiento, que aparece repetidas veces en esta cinta, pero no de acción, de conducta. El cine de Gonzalo es verdadero. Nadie representa lo que no es. También en El otro lado de la realidad las personas son los personajes, o mejor dicho, la personas van de sí mismas. No cabe la confusión entre persona y personaje. Esta película es un balanceo permanente entre el mito y el logos, entre la búsqueda de lo auténtico y el hallazgo pasajero para seguir viviendo con dignidad. Lo efímero forma parte de la eterna belleza. La ciencia alegre de su cine brilla en el plano de la facundia. De la desenvoltura de vivir sin miedo. No hay sabiduría sin desparpajo para acabar con lo malo de las tradiciones y lo pesado de la existencia.

Pero, cuidado, la ciencia, el saber, nunca desaparece como algún perezoso e intuitivo crítico de sus películas pudiera sospechar. A pesar de que la índole clave, la condición básica, de todas sus películas es ser más admirables por las escenas, las sentencias de aquí y de allá, por hallarnos de repente, sin pensarlo ni preverlo, con lo inesperado, que por la planificación rigurosa de guiones, planteamientos, nudos y desenlaces, existe en toda la obra de GGP una estética, fundamentada en una narrativa sobre la forma de hacer cine, en realidad, sobre el cine como arte, que exige del espectador atención, colaboración y participación para descubrirla con el director. Sin embargo, la estética de El otro lado de la realidad nos ofrece con generosidad esas dos vertientes. Los dos polos de referencia de todo su cine, el vital y el racionalista, van entrelazados. Se eleva a categoría estética lo inesperado, la Contingencia, y la tela del cine (los mil componentes que conforman la malla de una película) inspira con tal intensidad al director que éste sólo ha tenido que dejarse llevar hasta crear una obra redonda, acabada, Necesaria. Esta película es una síntesis artística de Contingencia y Necesidad. He aquí una Estética, una reflexión imponente sobre el arte de hacer cine, en la frontera, siempre peligrosa, de la literatura. El otro lado de la realidad pudiera ser considerada como un compendio magistral de su cine: realidad y ficción son intercambiables.

Bajo el sencillo planteamiento de cómo traducir el lenguaje literario al cinematográfico, llevar la literatura al cine, construye un fresco impresionante sobre la vida del cine, sobre su salud y sus enfermedades, sobre su presente y su ambiguo futuro. No falta de nada. Por la mirada limpia de GGP pasan personas y personajes, expresiones de rostros y gestos intelectuales, músicas libres y de acompañamiento, realidades tangibles y representaciones imaginarias… Esta película, repito, basada en el inteligente y sensible libro de cuentos del mismo nombre de Luisa Grajalva, despliega con llaneza, característica de toda verdadera obra de divulgación, un capítulo central de la historia del cine, a saber, cómo se hace cine. Explana con lenguaje poético, o sea vital, las buenas y las malas artes del cine, y muestra con tino los intercambiables papeles de quienes intervienen en el proceso de creación de una película. Director, actores, productores, director de fotografía, montadores, ayudantes de dirección, responsables de vestuarios y otros tantos son convocados a un diálogo de corte platónico para tratar de un asunto clave: ¿cómo hacemos una película?, o mejor, ¿cómo hacemos una película a partir de un libro de cuentos?

He ahí el argumento central (sic) de la película. Un asunto demasiado abstracto que a usted, querido lector, podría llevarle a preguntar: ¿es posible hacer una película de ese argumento?, ¿no se correrá el riesgo con un asunto tan intelectual que desaparezca lo decisivo de la película, la ficción?, en fin, ¿existe o no la ficción? Claro que la hay. ¡Esta película nos la ofrece a manos llenas! La fábula, la leyenda, la quimera, la invención, el cuento, en fin, el Mito es la envoltura de esta película. Es ficción a lo grande y de la buena. De estirpe cervantina: "Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte, que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan de modo, que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer quien huyere de la verosimilitud y la imitación, en quien consiste la perfección de lo que se escribe".

Quizá éste punto sea central para decir que cada película de GGP es unión de ficción y entendimiento. Eso es una obra de arte. Como los grandes cuadros de pintura, que cada vez que los miramos nos transmiten alguna novedad, en las películas de GGP siempre hallamos algo nuevo. Dan vida. Vivifican a sus espectadores. Su obra no es una mera imitación. No reproduce, ni siquiera lo pretende, de modo exacto la realidad, sino que crea Otra realidad. Su arte no es la fotografía (tampoco el guión, la pintura, la música, el decorado, etcétera) sino el cine. El argumento de su película es el cine. Sentir, pensar y vivir de cine es la ocupación básica de GGP. El otro lado de la realidad es una nueva y generosa prueba de que el cine antes que un producto, un resultado, un arte más o menos grandioso, es una forma de vida. He ahí la primera lección de esta nueva obra. La segunda es aún más sutil: la forma es el contenido, ha hecho de una abstracción, de una consideración más o menos filosófica, una obra de arte, una ficción, que nadie sabe dónde empieza ni dónde termina y, sobre todo, nadie es capaz de delimitar lo real de lo imaginario. Cine de frontera. Transdisciplinario. Transgresor. Me explico: el título de esta película, reitero, es homónino del extraordinario libro de cuentos de Luisa Grajalva. Las referencias al libro son permanentes durante toda la película. Algunos cuentos son tratados con extremada delicadeza por GGP, incluso se ensayan de modo extraordinario la puesta en escena de algunos de ellos. No seré yo quien cuestione que los cuentos son más que guiones, guías, caminos y notas de un método para ciertas partes del film. Abundantes textos de Grajalva, todos ellos elegidos por la autora, son leídos e interpretados con verosimilitud por diferentes actores y actrices. La cinta rebosa por todas partes cariño y empatía hacia la escritora y su obra. Se diría que toda la película, insisto, está basada en la obra de Grajalva.

Sin embargo, es necesario matizar. No trato de explicar lo obvio, eso es tarea de héroes en tiempos tan dramáticos como decadentes en el ámbito del pensamiento estético, sino que quiero cuestionarlo. La obviedad es solo una apariencia, una treta, una invención, una astucia cinematográfica, creada por GGP para componer esta película. Mientras se preparaban los primeros pasos de la película, durante el rodaje y sospecho que durante la fase de montaje, GGP habrá dicho a todos, casi hasta la extenuación, las mismas frases que repite en la película: El otro lado de la realidad es una adaptación del libro de cuentos de Luisa Grajalva, pero, en verdad, eso no es más que un leve pretexto, un velo estético, una relevante obviedad para cubrir, o mejor, hacer pasar desapercibidas las auténticas tramoyas, las trampas, los efectos especiales, los estudios, las técnicas depuradas, las músicas, los diálogos, las fotos trucadas, los estilos de la impostura y de la ficción artística, de todo eso que es el arte del cine, o mejor, del Arte. El embuste de Gonzalo es epocal, pero basado en las mejores tradiciones del arte literario. Los cuentos de Luisa Grajalva son, al fin, el pretexto, y acaso también los materiales, para componer esta película, pero están lejos de sintetizar una obra maestra del cine de GGP.

Cuesta aceptar que El otro lado de la realidad sea una adaptación, una inteligente y bellísima adecuación de un rico libro de literatura al cine, por muy sugerente que nos parezcan las técnicas de transformación de uno a otro lenguaje. Tampoco afirmaría que esa transferencia esté facilitada, inclusive determinada, por el propio lenguaje, a todas luces cinematográfico, de los cuentos; el lenguaje literario de Grajalva, sin duda alguna, está influido por el cine en general y por el de GGP, en particular, como puede comprobar cualquiera que lea uno de sus cuentos (el interpretado por Perpetuo Fernández, Première, por poner un sólo ejemplo, parece que acabamos de verlo en un estreno de una película en una sala de la Gran Vía), pero eso no significa que la obra de la cuentista no sea autónoma respecto al cine de GGP, a quien ella, dicho sea de paso, ha asistido en muchas películas como guionista. Por decirlo en corto y por derecho, esta película es mucho más que una adaptación y menos, muchísimo menos, que un cuento de cine. Esta obra participa de ambos medios de expresión. Es cine y literatura. Por fortuna para GGP y, por supuesto, para quienes admiren la verdad, la belleza y el bien contenidos en una obra de arte, esta película es otra cosa, Otra realidad.

Es un compendio artístico sobre la relación entre la literatura y cine, protagonizada por Luisa Grajalva y Gonzalo García Pelayo, quienes convocan a otros profesionales vinculados a estas artes para dialogar sobre la viabilidad cinematográfica de los cuentos de Luisa. En realidad, participan en esta conversación, casi un diálogo platónico, en torno a Sócrates-Gonzalo casi todas las personas que han acompañado al director en las once películas que ha rodado durante un año. Estamos, otra vez, ante un cine de personas, y a veces de personajes, de tipos humanos que logran hacerse personas a través de un esfuerzo intelectual, o sea, gracias a que han conseguido abandonar los papeles o roles que alguien les asignó en ocasión señalada para actuar o estar. Todos los personajes de esta película dejan de actuar para ser. Es uno de los principales logros de este film. Gonzalo predica con el ejemplo y, en cierto sentido, también Luisa; ellos, Gonzalo y Luisa, los protagonistas principales de la película, no representan respectivamente al cine y la literatura, sino que son inexplicables sin el cine y la literatura; el primero es puro cine, un escéptico radical sobre el poder del cine; la crítica de su arte, o mejor, la autocrítica a la que somete su película roza el nihilismo con un Fin (The End) inacabado de lo acabado que está (tú decides, viene a decirle el director a uno de los productores, si se lleva o no a cabo esta película), mientras que la segunda está llena de candor y generosidad por el llamado séptimo arte (Luisa difícilmente escribiría algo de motu proprio contra "las malas artes del cine").

La película El otro lado de la realidad coincide, pues, con el título del libro de cuentos de Luisa Grajalva, pero en absoluto pueden considerarse realidades homónimas. Homónimo es por definición lo que tiene igual significado y forma distinta. No es el caso. La película no tiene igual significado que los cuentos y su forma no siempre es distinta o, si se quiere, a veces la forma de la película es más literaria de lo que desearía el director, ¿o acaso hay algo más literario, si por tal entendemos la creación de una ficción, que el final de esta película? (ha desaparecido, repito, la palabra Fin y, en su lugar, aparece la voz de GPP: "¡Lo dejo en tus manos, Javier, tú decides si hacemos la película o no!"). El significado de esta película, su último mensaje diría un filósofo de la vida cotidiana, no es otro que mostrar y demostrar con imágenes, sonidos y razonamientos, generalmente extraídos del texto de los relatos, la imposibilidad de traducir el lenguaje literario de las narraciones de Grajalva al cinematográfico de GGP, mientras que el estro, el estilo, la forma y, en fin, el sentido de las fábulas de Grajalva sólo buscan la querencia de un director que los lleve al cine. No concibo la manera de conciliar esos dos objetivos. Son flechas que apuntan a dianas diferentes. Son mundos paralelos difícilmente convergentes para espectadores ingenuos y entregados por completo a las imágenes y sonidos de la película.

La prueba de lo irreconciliable de esas posiciones quizá solo dure lo que dura la película; porque luego, fuera de la sala de proyecciones, existen mil subterfugios y argucias para justificar la reconciliación entre el cine y la literatura. En fin, hay una coincidencia de títulos entre la película y los cuentos, pero no son realidades homónimas. Y, sin embargo, sería una osadía no reconocer que la película de GGP no existiría sin los cuentos de Grajalva. Prestemos, pues, atención a las partes de ese todo. Detengámonos a observar algunos fragmentos de esta tupida y firme retícula que es El otro lado de la realidad. Hagamos discontinua una obra de arte marcada por la fluidez y la continuidad. Aislemos unos pocos cuentos del Gran Cuento, la película, para hacernos cargo de los mecanismos, pautas y ejes utilizados por GGP para trasladar, o sea traducir, la lengua de la literatura a la del cine. La primera gran estratagema para llevar a cabo una feliz adaptación no es de carácter técnico sino estrictamente literario. Parece extraída del Quijote. GGP intercala cuentos que nada tienen que ver con su película. Es algo que hizo Cervantes con las novelas El curioso impertinente y La historia del cautivo, que son dos libros diferentes del Quijote. Y también, como Cervantes, GGP se critica a sí mismo por haber incluido esos relatos y hace propósito de enmienda para no repetir el procedimiento. Parece que toda la película, después de que hemos visto el cuento la Segunda oportunidad, es un larga reflexión para no repetir el error. Pero, y esa es la trampa, el espectador ya ha visto en el cine el cuento de Grajalva, la Segunda oportunidad, como todo lector del Quijote ha leído El curioso impertinente y La historia del cautivo, que nada tienen que ver con las aventuras de don Quijote y Sancho Panza.

Es entonces, pasado el primer cuento, cuando el espectador empieza a ver de qué va la película; sí, cuando aparece en la pantalla el título de la película, El otro lado de la realidad, nos percatamos de que el tema central de la película es la encrucijada de la realidad y el discurso. A partir de ahí, o sea de ese primer cuento y el título de la película sobre la pantalla, aparece expuesta con toda su crudeza una experiencia humana clave de la existencia: el entrelazamiento de la realidad y el discurso. No hay realidad humana, incluida la de los ficticios cuentos, sin discurso, pero todo discurso corre el riesgo de falsificar la realidad… Ahí está el esplendor y la miseria del cine. ¿El cine es la realidad o un discurso sobre lo real?

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