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Santiago Navajas

Yo te despido, Jean Luc Godard

Respecto al cine sonoro si John Ford era Dios Padre y Orson Welles, Dios Hijo, Jean Luc Godard era el Espíritu Santo. Durante esa década prodigiosa de los 60 encadenó obra maestra tras obra maestra.

Respecto al cine sonoro si John Ford era Dios Padre y Orson Welles, Dios Hijo, Jean Luc Godard era el Espíritu Santo. Durante esa década prodigiosa de los 60 encadenó obra maestra tras obra maestra.
Jean Luc Godard | Cordon Press

La vez que más cerca he estado de que me partan la cara fue cuando se me ocurrió ir a ver Yo te saludo, María de Jean Luc Godard. La película había sido declarada blasfema y unos manifestantes pretendían cortarnos el paso a los que queríamos asistir. En 1985 Godard, su director, era famoso por ser un revolucionario del cine y un militante político de extrema izquierda. Junto a Truffaut y Rohmer, mucho menos politizados e incluso en sus antípodas militantes, fundó la Nouvelle Vague francesa, que pretendía reinventar el cine devolviéndole la pureza y la originalidad perdidas en un sistema cinematográfico orientado hacia la industrialización masiva y la calidad de oropel. Adoraban estos "jóvenes turcos" el cine norteamericano, pero en su versión de serie B y de cineastas populares en detrimento de los considerados serios. Digamos, a favor de Alfred Hitchcock y en contra de William Wyler.

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Escena de 'À bout de souffle' con Jean Seberg, Jean-Paul Belmondo, 1960

Desde la revista Cahiers du Cinema los entonces críticos cinematográficos se lanzaron a deconstruir el cine con sus textos. Después cogieron las cámaras y se arrojaron como lobos a las calles para filmar lo real en sus latidos más espontáneos. De todos ellos, el más salvaje era Jean Luc Godard, suizo trasplantado a París en cuyos bulevares filmó ese milagro fílmico que es Al final de la escapada (1960), la mejor ópera prima de la historia del cine con permiso de Ciudadano Kane de Orson Welles y La infancia de Iván de Tarkovski. Pero para este Rimbaud del celuloide la revolución cinematográfica solo tenía sentido si servía para cambiar la vida misma en sus fundamentos. Durante esa década prodigiosa de los 60 encadenó obra maestra tras obra maestra, filmando de paso a las mujeres de la manera más bella que nadie en la historia, con la posible excepción de Antonioni y Buñuel: Una mujer es una mujer, Vivir su vida, El desprecio, Banda aparte. El desprecio es la película que prefiero, por cómo filmó el culo de Brigitte Bardot, capaz de incendiar Troya, y el homenaje a Fritz Lang. ¡Para los cahieristas, el Lang americano era incluso superior al Lang alemán!

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Belmondo en 'Pierrot le fou'

A mitad de los sesenta, sin embargo, con Pierrot el loco comenzó a coquetear con el dodecafonismo fílmico y, más allá, los delirios maoístas. Si no se toman en serio dichas películas sino como una broma, a pesar de sus intenciones, La Chinoise resulta hoy una extraordinaria parodia de mayo del 68 y los pijos estudiantes franceses que jugaban a ser de la Guardia Roja y epatar al General De Gaulle. Godard soñaba más bien con ser el Pol Pot del fotograma. Entre tanta pieza averiada apuntaban sus destellos de genio, e incluso una obra maestra del cine de ciencia ficción y distópico, Lemmy contra Alphaville, que nada tiene que envidiar a Metrópolis y 2001, una odisea del espacio.

Cada vez más críptico, Godard se convirtió a la vez en Minotauro y Teseo dentro de un laberinto en el que no había ninguna Ariadna que le ayudase a salir. A las actrices las filmaba en sus películas como a diosas pero las trataba en la vida real como a perras. Nadie podrá acusar, sin embargo, a Godard de misoginia: también trataba a patadas a los hombres. Por ejemplo, a su amigo Truffaut al que tachó, en mitad de uno sus subidas de marxismo, de "serio, conservador, clásico y burgués". Por supuesto, nada más burgués que el cine de Godard, al que hubiesen fusilado en cualquier país comunista por formalista y antipopular.

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Godard en 1995

Los 80 y los 90 fueron un período solo recomendable a godardianos de estricta observancia, gozosos de acompañar al Maestro como el bufón a su amo en El rey Lear (tragedia shakesperiana de la que hizo dantesca versión en 1985) aunque filmase truños insoportables y soporíferas versiones en las que destacaban fogonazos de arrebatado genio (que casi todo el mundo se perdía porque ya estaban dormidos para entonces).

Pero en esto que le entró el vértigo y resucitó de entre los muertos con un monumento cinematográfico, Histoire(s) du cinéma, un repaso visionario de arqueología cinéfila que deja a Tarantino a la altura de la anécdota fílmica. Un alienígena que se encontrase con este documental, por llamarlo de alguna manera, de casi cinco horas podría hacerse una idea de lo que significó el cine desde una perspectiva artística.

En la última etapa de su carrera, Godard abandonó por completo la narrativa cinematográfica para dedicarse al ensayo fílmico. Lo que solía hacer a través de la forma lo trataba ahora a través del contenido: Nuestra música, Film Socialismo, Adiós al lenguaje, El libro de las imágenes. Sus grandes pasiones, la cinematográfica y la política, que siempre trató de fundir aunque, afortunadamente, a diferencia de Bertold Brecht, casi siempre triunfo el Artista sobre el Activista. Respecto al cine sonoro, permitiéndome una analogía teológica, si John Ford era Dios Padre y Orson Welles, Dios Hijo, Jean Luc Godard era el Espíritu Santo.

De aquella tarde en la que casi me parten la carta no recuerdo casi nada de la película, así que con su permiso, estimado lector, y como homenaje póstumo al que fue uno de los más grandes cineastas del siglo XX, alguien para el que la etiqueta de "director de cine" le quedaba corta, me dispongo a ver de nuevo Yo te saludo, María. Y, de este modo, con emoción, respeto y un punto de mépris, yo te despido, Jean Luc Godard (JLG).

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