
Por mucho que algunos prefiramos el salseo de terror de sus primeros títulos a esa capa de abstracción "arty" europea que recorre ahora su filmografía, podemos afirmar que el canadiense David Cronenberg entrega en Crímenes del Futuro una suerte de regreso a sus raíces de horrores corporales y tabús crecientemente conceptuales.
Crímenes del Futuro posee toda la concreción y precisión narrativa de Cronenberg. Podría decir que ese bisturí hundiéndose en la carne no es solo una imagen recurrente sino también un procedimiento a la hora de contar su historia, que es ni más ni menos que la de dos artistas de la performance -o creadores de contenido, tanto daría- que han convertido el interior de sus cuerpos en obras de arte de vanguardia.
Crímenes del futuro exige una suerte de salto de fe al espectador, la de creerse el mundo en el que habitan Saul Tenser (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux): un futuro en el que los seres humanos han comenzado a evolucionar generando nuevos órganos y sistemas internos, con cirujanos erigidos como artistas, que Cronenberg convierte aquí en objetos de expresión, en mcguffin de una trama de suspense altamente simbólica. Solo hay que desentrañar ese paralelismo para que entre en acción la direccionalidad insobornable de Cronenberg, convirtiendo Crímenes del futuro en una película de un desarrollo lógico aplastante, una trasposición que se explica también en el escenario: aquí no hay alfombras rojas o grandes teatros sino un grupo de artistas que operan (nunca mejor dicho) en la clandestinidad de almacenes derruidos, edificios abandonados.
Tanto da, que da lo mismo, y en similar medida que los arrebatos gore de la película (algunos dignos de la saga Saw) no aterrorizan en tanto no se trata de actos de violencia sino de expresión, y fundamentalmente ("la cirugía es el nuevo sexo") incluso de amor. Cronenberg viste la película de thriller policial en tanto hay un asesinato a resolver, o más bien a descifrar, articulando Crímenes del futuro como una suerte de documental "así se hizo" de la que debería convertirse en la obra maestra de Saul y Caprice.
Un Viggo Mortensen paseándose por la película como el Fantasma de la Ópera, o como Jeff Goldblum en La Mosca, proporciona ese sabor de entretenida e imprevisible serie B a una película con un mundo propio, en el que las películas son operaciones y mutaciones, y la tortura casi un acto sexual. Crímenes del futuro es, créanme, una vitalista película sobre la creación (de vida, de muerte, de arte) y la mismísima sustancia de la realidad de un tipo -Cronenberg, 79 años- que ya lo tiene todo ganado en la industria y sus márgenes y no necesita rendir cuentas a nadie.