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Juan Manuel González

Crítica: 'I Wanna Dance With Somebody', el biopic en cines de Whitney Houston

El biopic de Whitney Houston convierte su vida en un evento no particularmente interesante, pero sí se anima con su música.

El biopic de Whitney Houston convierte su vida en un evento no particularmente interesante, pero sí se anima con su música.
Sony

Puede que Whitney Houston no compusiera sus canciones, pero todos y cada uno de sus "hits" describían a la perfección las batallas internas de la artista. Esta es la mejor conclusión, o al menos la más lírica, de I wanna dance with somebody, el plano biopic dirigido por Kasi Lemmons sobre la cantante negra que batió a Elvis y los Beatles en el territorio de la música popular. Una demostración de la capacidad del pop (ya sea música pero también cine) de modular reflejar los estados de ánimo íntimos tanto como los colectivos.

Se trata de un buen destello de expresividad, dejar que la música de la cantante habla, que resulta sin embargo escaso si tenemos que la película se prolonga dos horas y media y que su directora apenas abunda en la psicología del personaje. Hay más puntos de interés, como un estupendo Stanley Tucci (lo mejor del filme) y la propia Whitney encarnada por Naomie Ackie (que está bien pero no llega a plasmar el inalcanzable carisma de la estrella). Ambos actores parecen más consciente que los autores del guion y la producción de esa capacidad de, precisamente, contar historias a través de canciones épicas como las de El Guardaespaldas. Porque por sus propios medios la película de la antaño actriz Kasi Lemmons casi nunca lo logra: se trata de una colección de (muchas) estampas interconectadas entre sí pero sin una progresión dramática particularmente intensa y con una puesta en escena que ni siquiera explota la faceta nostálgica de los 80 y 90.


La emoción de I wanna dance with somebody solo llega a través de los abundantes temas de Whitney Houston, que suenan mucho y bien, en particular ese popurrí que la película deja para el final y en el que el característico muro de sonido de la mezzosoprano cautiva incluso cuando todo el pescado ya está vendido. La película, en suma, es un cúmulo de cosas que podían resultar interesantes pero contadas de la forma menos interesante posible, y la inclusión de los números musicales es más una huida hacia delante que una decisión artística genuina.

Como relato de una princesa negra de América convertida en muñeca rota, lo cierto es que hemos visto películas mejores. Al menos el filme no coge la vía pretenciosa de Blonde, pero la funcionalidad de Lemmons deriva en un páramo de bustos parlantes que adolece completamente de una puesta en escena interesante. Si al dramatismo impostado del relato biográfico de grandes vidas, típico del género del biopic, sumamos la ausencia de una mirada particularmente crítica y ni siquiera emotiva (la adicción a las drogas de Whitney Houston parece más un tema casual que puntuar de vez en cuando), el resultado es, simplemente, insuficiente para todo aquel que no sea un fan de la artista.

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