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Juan Manuel González

Crítica: 'Al Descubierto', la película de los abusos de Harvey Weinstein

Al descubierto narra la investigación periodística que destapó los abusos de Harvey Weinstein.

Al descubierto narra la investigación periodística que destapó los abusos de Harvey Weinstein.
Imagen de Al descubierto | Universal

Vence, pero no convence. Al descubierto es una de esas películas que, hasta cierto punto, se amparan bajo la etiqueta de "necesarias" pero, al margen de su más o menos rabiosa actualidad (o quizá por eso mismo) resultan menos inquietantes de lo que deberían. El relato de la investigación periodística que tiró de la manta del productor Harvey Weinstein, acusado de todo tipo de abusos de naturaleza sexual, es un entretenido procedimental periodístico que, sin embargo, resulta algo más vulgar de lo que pretende: si la película dirigida por la alemana Maria Schrader no encuentra dificultades en mostrarnos que Weinstein se comportó como un criminal durante décadas (porque eso es lo que fue: un delincuente) lo cierto es que no consigue vestirse de obras mayores como Spotlight a la hora de denunciar esos abusos como un algo sistémico y producto del patriarcado.

Protagonizada por Carey Mulligan y Zoe Kazan en los papeles de las reporteras del New York Times Megan Twohey y Jodi Kantor, la película se muestra convencional en sus recursos dramáticos y un tanto severa y trascendente de más. Iluminación cruda, sobriedad dramática y una, eso sí, notable concreción narrativa caracterizan una película que, en ocasiones, no puede evitar sentirse como profundamente ingenua.

Lo mejor, lo más inquietante, como siempre, está en lo que uno infiere y no de la parte de evidente manifiesto de los postulados del Me Too: cómo el shock de las elecciones de Donald Trump envalentonó y agitó grupos diversos radicales, tantos conservadores como de cierta progresía, y el antisemitismo y no solo profundo machismo que anida en unas y en otras. La concepción de Weinstein como un villano invisible, del que incluso pronunciar su nombre infunde un miedo similar al de Voldemort (y que la película desgraciadamente desdibuja a través de conversaciones telefónicas) resultan infinitamente más inquietantes y estimulantes, además de expresivas a la hora de retratar el evidente dolor de las víctimas de ese delincuente, que la cadena de testimonios de las entrevistadas.

La mirada del guion y la propia Schrader carecen de la caótica complejidad del ambiente que retratan ni tampoco la frustrante inaccesibilidad de los relatos reales. Uno puede decir que su intención no fue nunca resultar ambiguos, de jugar con la naturaleza de la ficción y la realidad, pero es un elemento que habría beneficiado a cualquier historia con más ambiciones que las de un mero docudrama panfletario. Lo que tenemos, al menos, es una película que, incluso si nos situamos en sus antípodas ideológicas, funciona bien como procedimental y que se beneficia mucho de sus protagonistas Mulligan y Kazan (especialmente la primera, realizando una interpretación llena de carácter).

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