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Juan Manuel González

Crítica: 'Poker Face', con Russell Crowe y Elsa Pataky

Poker Face demuestra buenas aptitudes de director de Russell Crowe, aunque el guion sea un fracaso sin paliativos.

Poker Face demuestra buenas aptitudes de director de Russell Crowe, aunque el guion sea un fracaso sin paliativos.
Elsa Pataky en Poker Face. | Vertice

Russell Crowe demuestra aptitudes como director en Poker Face, su segundo trabajo tras las cámaras tras El maestro del agua (2014). Si aquella fue un correcto drama donde el australiano mostró, como otros compañeros como Mel Gibson o Kevin Costner, un más que aceptable talento para narrar de manera competente historias más o menos reconocibles, en la presente Crowe se aplica al thriller, pero lo hace -ojo- con un guion propio. Y ahí es donde surgen los problemas de esta, por otro lado, estimable película donde Creowe no deja de plasmar particulares obsesiones sobre la devoción a un oficio y los resultados en la vida.

En Poker Face un adinerado jugador de póker, Jake Foley (Crowe) cita a sus amigos en su mansión para una partida que nunca olvidarán... porque podría ser la última. Hay ciertos acontecimientos personales y otros externos e imprevisibles que están en juego y a punto de colisionar en una noche que, de todas formas, se promete inolvidable para todos ellos.

Tras la apariencia de una "heist-movie" más o menos convencional -eso es lo que vende el tráiler- Crowe opta por privilegiar la crisis existencial de su personaje y tratar de coordinar niveles dramáticos, jugando con ambigüedad y demostrando un excelente músculo directorial. La intriga, en este sentido, es transparente, lo que convierte en Poker Face en una película honesta, pero todo pierde punch debido a un desarrollo demasiado adelgazado. Poker Face es una de esas películas que parecen pautadas en torno a un gran prólogo y un largo desenlace donde Crowe demuestra haber aprendido mucho y bien de los realizadores con los que ha trabajado, en todos los niveles del oficio de director, pero falta un adecuado desarrollo dramático entre ambos que ayude a asentar las bases de su narrativa.

Poker Face parece, por eso, el último capítulo de una historia más larga de la que, de todas formas, queremos saber más. Una decisión extraña pero que también sirve a Crowe para imprimir texturas alucinógenas, febriles y extrañas al relato, adornado por otro lado por filigranas visuales que no ahogan el sentimiento de la historia. Si Poker Face hubiera gozado de una mejor progresión narrativa hubiera confirmado definitivamente a Crowe como uno de esos excelentes actores-directores que hemos citado más arriba, y quién sabe si lo hace a pesar de ello.

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