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Juan Manuel González

Crítica: 'Scream VI', con Melissa Barrera y Jenna Ortega

Scream 6 llega con ganas de aterrorizar y divertir a fans de la saga antigua y nueva.

Scream 6 llega con ganas de aterrorizar y divertir a fans de la saga antigua y nueva.
Scream VI. | Paramount

Hay algo que esta Scream 6 hace realmente bien: al tiempo que se ríe con ganas de ser la "secuela de la recuela", la película que vuelven a dirigir Tyler Gillet y Matt Bettineli-Olpin deja en cierto modo atrás la jugada típica de las viejas franquicias: aquí los personajes de los originales (Neve Campbell, Courteney Cox y David Arquette) tienen más bien poca importancia, cada uno por sus propias razones.

Un tanto desencadenada de esos compromisos, la secuela ambientada en Nueva York (aunque, tal y como siguen rodando Gillet y Bettinelli-Olpin, podía ser cualquier otro sitio) hace gala de una saludable desvergüenza y un ritmo adecuado capaz de entretener incluso al más escéptico detractor del slasher.

"¿A quién le importan las películas?", dice la cada vez menos aterradora voz de Ghostface antes de uno de sus asesinatos. En cierto modo y aunque la película promete nuevas reglas que nunca llegan, la tesis no deja de resultar acertada en cuanto al valor cultural (no ya la consideración crítica) que se les concede las mismas, no solo al género slasher.

Con eso en mente como justificación metalingüística, aquella que uno esperaría de una película de Scream, lo que realmente debería importar es la ejecución técnica y la historia de las dos hermanas que sostiene el tinglado. Mientras Jenna Ortega demuestra haber nacido para entretener, la nueva reina del grito Melissa Barrera se queda un tanto corta a la hora de expresar las ambigüedades de un personaje de víctima ansiando convertirse en verdugo.

Y el juego de inversiones se queda ahí, porque la película también desaprovecha algunas ideas interesantes (Ghostface parece "proteger" a las protagonistas en la primera sección del filme) al tiempo que constata que Gillet y Bettinelli-Olpin son dos directores con la mitad de capacidad de uno solo, el fallecido Wes Craven -responsable de las cuatro primeras entregas- a la hora de planificar persecuciones, planos interesantes y aprovechar el formato de "slasher con presupuesto" que la localización neoyorquina ofrecía, esta vez más que nunca.

Hay set-pieces con emoción, como la que implica una escalera a gran altura, y ese estimulante decorado del cine abandonado que enlaza perfectamente con la frase enunciada arriba como sostén temático de la película: ya no hay reglas porque ya no hay películas. Suficiente para pasar un buen rato en una comedia de terror que abraza lo inverosímil y que, sin conseguirlo plenamente, desde luego se esfuerza por no parecer una sexta parte.

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