
Dice el tópico que una película es tan buena como sus villanos, de modo que ¡Shazam!: La Furia de los Dioses debería ser uno excelente. Helen Mirren y Lucy Liu ciertamente elevan el listón de la secuela DC, aunque la película que vuelve a dirigir David F. Sandberg tampoco logre superar la media de películas del género. El aire cómico de la aventura -el tratamiento de Shazam como aventura adolescente es análogo al de Spider-Man en la casa rival, Marvel- resulta molesto en ocasiones por la hiperactividad forzada de su protagonista, aunque la solidez que proporciona la recurrencia a la mitología legendaria da algo a sus actrices secundarias para aferrarse.
Más grande y costosa que la primera, en su momento ideada como un pequeño descanso en la franquicia de Superman y Batman, Shazam 2 no logra, sin embargo, librarnos de la impresión de que el culebrón más interesante de las películas de Warner y DC ha sucedido, tras varios cambios de jefatura y proyecto, tras las cámaras de la saga. También es un filme que no empaña nada, es más, proporciona buenos momentos de diversión que superan en cantidad a sus defectos (y se vuelve a mostrar más acertado que su mejor valorada competencia en no pocos aspectos).
Sandberg solventa con dignidad la papeleta con el grupo de chavales (la referencia inicial a Los Goonies deja claro su espíritu) y, en conjunto y pese a unos efectos visuales un tanto deficientes en la primera set-piece del relato, la del puente, logra un adecuado nivel de épica en sus pasajes finales, donde la película, al contrario que la anterior, se convierte en un (solvente) festival de destrucción urbana digital.
Existe por ahí un conflicto entre una generación que aún debe ganarse sus poderes y el de otra veterana que cree que les pertenecen al que algunos miembros de su reparto saben agarrarse bastante mejor que el correcto guión. También una interesante iconografía en las villanas, una suerte de "Tres Edades de la Mujer" que enriquece el conjunto y da sustento mitológico a la aventura de maduración de Billy Batson. La presencia de Mirren y Liu (y de Djimon Hounsou, al que Hollywood le debe tanto y devuelve tan poco) proporciona a la película una cierta tensión, una sensación de peligro "real" que Sandberg enfatiza con un sorprendente recuento de víctimas para el cine familiar (y bienvenido sea: recordemos que viene del terror y no, no se pierdan otro cameo de la muñeca Annabelle). En lo dramático también hay un adecuado desarrollo del "sidekick" o secundario al protagonista y homenajes abundantes, pero nada banales, al mismísimo Harryhausen, que elevan la película al margen de la franquicia cómic a la que pertenece.
Es la declaración de principios de un director humilde pero artesano que sabe por dónde se mueve su película y que se muestra cómodo con los requerimientos del estudio, evidentemente más preocupado de cierto cameo final (concebido como broma autoconsciente al gatillazo con Superman de la primera entrega) que de diferenciar su producto de todas las demás muestras del género.