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Juan Manuel González

Crítica: 'Sí quiero... o no', con Richard Gere, Susan Sarandon y Emma Roberts

Si quiero... o no es una convencional y ligera comedia romántica mucho más analítica de lo que parece.

Si quiero... o no es una convencional y ligera comedia romántica mucho más analítica de lo que parece.
Sí quiero... o no | Archivo

Si en una primera aproximación Sí quiero… o no parece extraída directamente de la cartelera de los 90, una mirada algo más atenta delata que estamos ante otra clase de vodevil romántico. Uno procedente precisamente del teatro, la obra Cheaters escrita por el mismo Michael Jacobs que aquí aprovecha para realizar su ópera prima como director de cine.

Ningún problema en esto último, dado que quizá gracias a esa naturaleza teatral la película resulte tan típica como amablemente analítica, tan blanda como sin embargo franca en su voluntad de arrojar algo de luz al estado vital de las parejas una vez superados los sesenta.

El problema de Sí quiero… o no, película preñada de buenos actores que en la mayoría de las ocasiones (salvo la inaguantable Diane Keaton) encuentran la manera de resultar conscientes sin ser autocomplacientes, es el escaso o nulo interés de la puesta en escena del televisivo Jacobs, que si bien privilegia los actores se olvida de todo lo demás en una comedia sobreiluminada y plana en lo visual.

La película de Jacobs, sencilla como es, puede sin embargo ser explicada de dos maneras. Una sería como una comedia de enredo en la que los cónyuges de dos matrimonios veteranos (Richard Gere y Diane Keaton por uno, William H. Macy y Susan Sarandon por otro) se engañan mutuamente sin saber que son los padres de las parejas de sus hijos (Emma Roberts y Luke Bracey). La otra, como una película en la que ambos segmentos de edad, los jóvenes y los "viejos", se ven todos en el espejo de los otros, y las distintas razones en las que se puede presentar cierta crisis de la tercera edad, convirtiendo por tanto lo primero en no más que una digresión de lo segundo.

Jacobs no se molesta en disimular el anacronismo de su película, y eso es algo que al final se agradece porque la despoja de pretensiones al tiempo que demuestra cierta capacidad psicológica. Si solo se hubiera esforzado más en disimular que su cámara no pareciera estar esperando a los personajes, y que éstos parecen en ocasiones conscientes de su propia presencia, la obra hubiera ganado credibilidad dramática como película. Si obviamos que esto perjudica los tiempos de los gags, lo que queda es una agradable película demasiado telefilmesca pero incuestionablemente animada por su reparto, relativamente intemporal en sus temas y probablemente adecuada para cierto segmento de público absolutamente abandonado por los grandes estudios (y que sin duda se merece películas menores, medianas y mayores, y desde luego mejores). No reconocer esto y menospreciar Sí quiero... o no equivaldría por tanto a ahondar en el progresivo desmantelamiento del cine que vivimos estos días.

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