
Podríamos considerar que el lógico intercambio de recursos entre videojuegos y cine se ha saldado, de momento, a favor del primero: todavía hoy pesan más las malas películas que adaptan videojuegos que las buenas, todo ello mientras los videojuegos roban recursos, narran historias y profundizan en nuevas mitologías en un estilo crecientemente cinematográfico. Dados los avances técnicos de uno y otro, así como su creciente aproximación, ambos artes parecen sin embargo destinados a encontrarse. Y Gran Turismo, película que adapta el simulador deportivo de las consolas Playstation a través de la historia (real) de Jann Mardenborough, un jovencísimo jugador que acabó siendo un reputado piloto gracias a las habilidades canalizadas por el videojuego, es la prueba fehaciente de ello.
La historia de Mardenborough, un joven de clase baja que se "infiltra" en un nuevo y ambicioso mundo, el de las carreras, sirve a la película de Neill Blomkamp para aproximar ese concepto de "adaptación de un videojuego" al de un relato deportivo más tradicional, el de un marginado que logra imponerse por la vía del trabajo y el talento, adornado por un puñado de decentes escenas de carreras que, no tan sorprendentemente dada la naturaleza de simulador deportivo de Gran Turismo, se apegan fuertemente a la realidad sin demasiados adornos estéticos.
Pero el sudafricano también puede meter todo aquello que le gusta y que ha arruinado, por su trazo grueso, algunas de sus películas: un comentario a los modos y maneras tiránicos del capitalismo sin que su discurso caiga en lo inmediatamente infantil e infantilizado, como en Elysium o Chappie. Milagrosamente esta idea tiene peso específico en la película y Blomkamp puede explorar bien el impacto del videojuego en la cultura popular sin salirse de la historia, e incluso deslizar (involuntariamente) reflexiones interesantes sobre el mundo de la automoción y esa cultura actual, impuesta desde arriba, en la que se empieza a denostar el coche como hito humano y tecnológico, y no digamos la inteligencia y sensibilidad vertidas en la experiencia de conducción. El automóvil ha perdido importancia en el sistema y en las nuevas generaciones en favor de otros intereses económicos y verdes, y Gran Turismo viene a reivindicarse como el refugio de esa experiencia real perdida.
Lo peor de la película viene, paradójicamente, de aquello en lo que debería destacar: la estética realista imprimida por Blomkamp al relato resulta un tanto plana, de producto televisivo lujoso, pero televisivo al fin y al cabo, para la época del streaming. Este viaje a la inversa de lo plasmado en Ready Player One carece de la marca de fábrica de un director con interés por crear imágenes fascinantes, como si la estética que Tony Scott imprimió a sus Días de Trueno resultase demasiado vistosa y exagerada.
Pero el cariñoso retrato de la cultura "gamer", así como las derivas que se desprenden de la historia de Mardenborough (un chaval al que el sistema condena a cumplir su sueño al mundo virtual, pero que logra triunfar en la "realidad") resulta inesperadamente apasionante. La manera en la que el guion y el propio Blomkamp insertan la publicidad del videojuego revela que estamos en una época que parece haber perfeccionado narrativamente el product-placement (ahí está ese género de biopic de marcas liderado por Air de Ben Affleck, entre otras). La película, ayudada por cierto por un espléndido David Harbour como figura autoritaria pero comprensiva, está verdaderamente bien y podría calificarse incluso de sorpresa positiva.