
A Gorka Landaburu lo de la película de Netflix con Josu Ternera le ha parecido magnífico y así lo ha hecho constar en un tweet en el que relata que "ayer en el Festival de San Sebastián el público en pie aplaudió el documental de Jordi Évole". Supongo yo que él estaba allí y que formó parte de los entusiastas de la polémica cinta a los que, maliciosamente, uno de sus lectores pregunta si los referidos llevaban capucha. Y esto me plantea una duda que llevo arrastrando desde que ingresé en el cuerpo de las víctimas del terrorismo acerca de si los que hemos tenido esa desgraciada experiencia tenemos siempre razón, como una vez dijo algún político y ahí quedó para que, sobre todo en los medios de comunicación, nadie se atreva a cuestionar lo que decimos, no vaya a ser que alimente nuestro sufrimiento.
Ayer en el Festival de San Sebastian el publico en pie aplaudió el documental de @jordievole "No me llames Ternera". En ningún momento se blanquea a ETA y deja en evidencia la patética imagen de Josu Urrutikoetxea, frente a su espejo y a su propio fracaso. Muy recomendable.
— Gorka Landaburu (@G_landaburu) September 24, 2023
El caso es que Landaburu no se para en la ovación y se adentra en un sucinto análisis del filme No me llames Ternera basado en dos elementos. El primero es la rotunda afirmación de que, en él, "en ningún momento se blanquea a ETA", lo que contradice la apreciación de otros que han podido ver la película y, sobre todo, las impresiones que producen las manifestaciones que, en ella, hace el propio terrorista, incluso reconociendo que participó directamente en un asesinato, y que han sido llamativamente reproducidas en muchos medios de comunicación. Y el segundo, la consideración, indudablemente original, de que la entrevista de Évole "deja en evidencia la patética imagen de Josu Urruticoetxea, frente a su espejo y a su propio fracaso", de todo lo cual concluye que la cinta es "muy recomendable".
Dejemos de lado que Landaburu le concede al aludido no llamarle Ternera, aunque sí Josu, lo que contrasta con la habitual designación de José Antonio —Joseba Andoni, según el Santoral Vasco de Arana y Eleizalde publicado en 1910— cuando se hace referencia a su nombre y no a su apodo. Y destaquemos que, en ningún momento, señala su carácter de terrorista y asesino, algo que no por obvio —pues si no reuniera ambas condiciones no habría sido el protagonista de la película de Évole— debe ser ocultado si se quiere tener un retrato cabal del personaje.
Pero, en fin, lo relevante ahora es dilucidar si las apreciaciones de Landaburu deben ser aceptadas por el mero hecho de que él mismo haya sido una víctima de ETA. O, para ir a lo general, ¿las víctimas tienen siempre la razón? Mi respuesta es claramente no. Las víctimas del terrorismo pueden haber soportado un sufrimiento incluso indecible, pero ello no les dota de un aura de infalibilidad. Sus opiniones, lo mismo que sus vivencias, son personales y no tienen por qué ser admitidas por los demás.
Mi experiencia con Landaburu me ratifica en esta conclusión. Le conocí en el año 2005 cuando el diario ABC nos reunió para debatir acerca de la manifestación que había convocado la AVT con motivo de la aprobación por el Congreso de una resolución en la que se instaba al gobierno de Zapatero a negociar con ETA. Ni que decir tiene que yo —que en aquel momento presidía el Foro Ermua— la apoyé sin reservas; pero Landaburu argumentó en contra aludiendo a que "los motivos (de la AVT) no son los más adecuados […] porque se opone a una decisión política tomada por la mayoría del Parlamento, y porque divide y confunde a las víctimas". Y después de debatir contradictoriamente sobre los pactos de Ajuria Enea y por las Libertades y contra el Terrorismo, yo me adentré en la idea de que, al negociarse paz por presos, "el interés de las víctimas queda relegado porque eso supone la aplicación de medidas de gracia, un perdón estatal que sustituye el perdón individual de cada agraviado (y) Zapatero no tiene legitimidad para ello". A lo que Landaburu contestó que "yo sí doy mi apoyo no al señor Zapatero en particular, sino al Gobierno" argumentando que "quiero un país en paz, no deseo una nueva generación de violentos". Y así continuamos con nuestro desentendimiento, yo señalando que la "paz sin libertad no es nada" y que "ETA es una organización delictiva desde el punto de vista jurídico, y hay que aplicar el Estado de Derecho para acabar con ella"; y él, tal vez resignado, afirmando que "sí, pero ETA continúa ahí. ¿Por qué? Porque ha tenido un apoyo popular que le ha permitido seguir viva durante cuarenta años, un mundo que la ha cobijado".
Obviamente, nuestro desacuerdo era radical. Y ambos estábamos en aquel debate por ser víctimas de ETA. Yo porque un lustro antes esa organización terrorista había matado a mi hermano Fernando; y Landaburu porque, en 2001, había sido objeto de un atentado con carta bomba. Pero lo más interesante es que, durante el debate, sacó a relucir su propio sufrimiento —algo que, antes de nuestra controversia, me había confesado mientras paseábamos por el jardín que rodea a la sede del periódico—. Y así, señaló que "me han destrozado las manos, estoy ciego del ojo izquierdo y tengo otras secuelas, […] me acuerdo de ETA cada mañana cuando me levanto, cuando me lavo, me visto, desayuno, pero no voy a autoflagelarme permanentemente". Sólo se me ocurre añadir que allá cada cual con su Estocolmo particular.
Resumo: ciertamente las víctimas hemos tenido un profundo conocimiento de la maldad humana que solo es aprehensible a través del sufrimiento; pero ello no nos concede ninguna razón superior cuando valoramos los acontecimientos y las políticas referidas al terrorismo. Mi discrepancia con Gorka Landaburu fue radical hace dieciocho años con relación a la negociación Zapatero-ETA, y lo sigue siendo ahora con respecto al carácter blanqueador de la película de Évole. El lector sabrá adivinar los argumentos que le convencen en cada caso. Eso es todo.