La primera entrega de Los Mercenarios fue recibida, allá por 2010, como una saludable reivindicación de los héroes de acción de los 80 con algo de la típica maniobra nostálgica en boga en estas fechas. Pero de manera no excesivamente inesperada, la saga concebida para reunir a actores principales y secundarios de la acción de otros tiempos, con la que Stallone aprovechó los réditos del inesperado éxito de las entregas tardías de Rocky Balboa y Rambo, ha acabado convirtiéndose con el paso de las entregas en una suerte de respuesta macarra y cáustica a las excelencias fílmicas de la saga Misión Imposible, que a su manera y en paralelo ha apostado por esa misma recuperación del elemento físico en el cine de acción con elementos de mayor calidad.
Los Mercenarios 4, donde Sylvester Stallone se "conforma" con un papel secundario y cede las riendas a Jason Statham, es más que nunca una exaltación del entretenimiento lerdo de videoclub en la que su director Scott Waugh ni se molesta en disimular sus carencias. Estamos ante una de esas películas que hace humor a costa de la lluvia dorada, donde la relación de amistad de sus dos protagonistas se moldea a base de bromas homoeróticas y en la que las escenas de peleas físicas, infiltración y tiroteos resultan más logradas que los destrozos de gran magnitud (Los Mercenarios 4 posee probablemente los peores cromas vistos este año en la gran pantalla, y no hay disculpa posible).
Se trata de faltas que afectan a todos los niveles de la producción, desde unos efectos visuales más cercanos a Asylum que a una superproducción comercial a un montaje de secuencias al que le da soberanamente igual articular cualquier noción de tiempo o espacio. Y lo cierto es que de alguna manera los hechos le dan a Waugh la razón: Los Mercenarios 4 sigue siendo igual de entretenida y bárbara, algo visible en la escasamente ceremoniosa despedida que da a algunos de sus personajes principales. Uno no puede tildar de totalmente incompetente una película que pasa en un suspiro y no pretende más que lo que logra.
Pero es una pena, la verdad, que Waugh no haya aprovechado la ocasión para, digámoslo así, trenzar algo más cuidadosamente la odisea guerrera de sus protagonistas, embarcados en una nueva misión imposible para desactivar un artefacto nuclear camino de Estados Unidos. Su película busca dialogar indisimuladamente, como las anteriores pero con un plus de descaro, con productos de la mítica Cannon Group más que con Silver o Bruckheimer, pero incluso en esta tesitura la segunda entrega de Simon West lo hizo bastante mejor. Los Mercenarios 4 se ve con la misma comodidad con la que se olvida, y aunque muchos de sus delitos se perdonan por el contexto, hubiera necesitado de más atención y cariño.