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'Black Friday', la divertida película de terror que critica las ofertas y las rebajas

Black Friday es una comedia de terror que satiriza el famoso día de ofertas venido de Norteamérica.

Black Friday es una comedia de terror que satiriza el famoso día de ofertas venido de Norteamérica.
Sony

Mucho ha tardado en llegar la adaptación al cine de Thankgiving, el falso tráiler que adornaba la producción de aquel fracaso de culto de la dupla Quentin Tarantino/Robert Rodriguez, Grindhouse. Traducida en España como Black Friday, en una maniobra que en realidad no hace sino refrendar la acertada tesis del film (cómo unas rebajas comerciales vampirizan una celebración cultural tradicional estadounidense), la película de Eli Roth sustituye, eso sí, las vibras de cine de explotación setentero del tráiler por un igualmente gozoso "revival" de la resurrección del género en los 90, con Scream y todos sus derivados televisivos y cinematográficos.

A esa fórmula, eso sí, Eli Roth, responsable también del dichoso tráiler, añade su sentido de la violencia entre bruta e hilarante, así como una de serie de guiños más o menos velados a toda la tradición del género slasher a lo largo de las décadas. La performance final, por eso, remite directamente a la cena de La Matanza de Texas, igual que la atmósfera otoñal trata de reproducir sin vergüenza las del Halloween de John Carpenter y el escenario escolar remite, otra vez, a la moda del terror juvenil noventero. Pero el diablo está en los detalles y Roth parece referir sobre todo al ejército de producciones de videoclub que adornaron los locales de ocio en aquellas décadas.

Roth realiza con este enjuague el slasher más divertido en un tiempo, y además en un tiempo largo. Es, también, una película que no acaba de realizar todo su potencial y que a veces merecería haber sido realizada por algún nihilista europeo a lo Alexandre Aja (su Piraña 3D sigue siendo cumbre) o, salvando las distancias, un Paul Verhoeven de turno. Porque Black Friday, o Thanksgiving en su versión original, es todo un decálogo de símbolos estadounidenses dispuestos, ya sea de manear crítica o meramente narrativa, como artilugio enriquecedor del slasher.

La película, hay que decirlo, es tremendamente arrítmica y en ocasiones brilla por su nula tensión, pero ni siquiera eso desmerece la diversión que proporciona. La cadena de asesinatos en cadena en una plácida localidad de Massachussets -un acierto el reparto coral de adultos y no solo adolescentes-, perpetradas por un asesino invencible parapetado tras la máscara de un peregrino fundador, deja sin embargo escenas para el recuerdo del aficionado: la sangre que impide activar el reconocimiento facial del teléfono de una víctima, lo que ocurre con el gato de otra y la citada secuencia casi final en la que Roth recupera su gusto por el torture porn de Hostel devuelven la diversión al género en su acepción de éxito de multisalas y sin otras maniobras parásitas resucitando iconos del pasado. Solo el final, un tanto desabrido pero necesario para iniciar secuelas, empaña un poco la tremenda satisfacción y gozo que causa una película gamberra y sin pretensiones.

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