
Tratando de canalizar el descontento colectivo en clave Taxi Driver y El Club de la Lucha, la española Que nadie duerma utiliza a una entregada Malena Alterio para adaptar la novela de Juan José Millás -añadiendo a la indescriptible fórmula un toque de miserabilismo social Ismael Serrano-. La película de Antonio Méndez Esparza mezcla trasfondo social netamente español y, en su progresivo viaje hacia el absurdo, un creciente componente psicológico y, en cierto modo, fantástico, que convierte el viaje en una experiencia inclasificable.
Efectivamente, inclasificable es. Habíamos presenciado juegos similares en manos de Charlie Kaufman o David Fincher, pero Que nadie duerma trata de resultar una experiencia, pese a igualmente estresante y hostil, más a pie de tierra. Es aquí donde entra en escena una cierta condescendencia vestida de realidad social (en veinte minutos no falta, realmente, de nada: estafas piramidales, despidos injustificados, dependencia social, todo tipo de abusos) para crear un campo abonado a la paranoia posterior.
La película, claramente, respira por y a través de Malena Alterio. Se trata de un personaje incómodo, realmente difícil y repleto de enigmas irresolubles. La actriz da la talla, y de qué manera, pero los cambios de personalidad que adopta la propia película, pese a lógicos y razonables, no hacen sino distanciar al espectador porque el desarrollo parece diseñado a empujones. El cine social de Esparza y el thriller que asoma los dientes en la aventura en taxi de Alterio no maridan de forma fluida pese al, eso sí, contundente desenlace y algunas secuencias reseñables. en una película que no saca partido a sus contradicciones.