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'Superdetective en Hollywood. Axel F' (Netflix) tarda en coger fuerza pero acaba funcionando

La nueva entrega de Superdetective en Hollywood es un exclusivo de Netflix destinado a arrasar.

La nueva entrega de Superdetective en Hollywood es un exclusivo de Netflix destinado a arrasar.
Superdetective en Hollywood. Axel F. | Netflix

Superdetective en Hollywood, la película más taquillera del año 84, es el paradigma de éxito de los 80. Una intriga a todas luces insuficiente pero que era pura personalidad servida por su estrella, Eddie Murphy, aderezado con una generosa banda sonora y una precisión en su fórmula casi incomprensible, teniendo en cuenta el tamaño de los egos de sus responsables. Semejante cantidad de intangibles (controlados con mano maestra por su legendario equipo de producción Simpson & Bruckheimer) continuaron en una secuela que añadió la estética extraordinaria de Tony Scott y una tardía, del ya entonces decadente John Landis, con alguno de los mejores instantes de la saga (por su contraste entre violencia y humor) pero ciertamente descolorida.

Axel F., la cuarta y todavía más tardía entrega de Superdetective en Hollywood, dista mucho de ser crepuscular pese a asumir la vejez de sus personajes. Es más, el filme parece asumir que el cowboy de clase obrera que es el superdetective se mueve en una piscina mucho más peligrosa, infinitamente más hipócrita que la del culto al cuerpo y al dinero de los 80. Eddie Murphy parece consciente de ello, reivindicando para sí aunque sin subrayados el chiste a raíz de las nuevas denominaciones y coyunturas sociales, esas mismas donde el nuevo malo de la función (que aquí no nombraremos, pero al que solo le faltan cuernos y rabo para ser identificado) parece moverse como un silencioso pez en el agua. Entre zalamero e irónico, Murphy inyecta una vulnerabilidad nueva al persona producto de su naturaleza de padre fracasado y, la verdad, no encuentra problemas para desenvolverse a la perfección.

El problema de Superdetective en Hollywood: Axel F, al margen de su urgencia en revisitar lugares y temas musicales de las dos primeras entregas, solo que un poco peor, es una primera hora donde el guion siente la obligación de justificar, de actualizar el estado de esa relación paterno filial fallida mediante un exceso de cháchara que, lo sabemos todos, no va a conducir a nada y que convierte una película de cien minutos una de ciento quince. Una vez eso se soluciona (más o menos cuando Joseph Gordon-Levitt se incorpora a la investigación), en el momento en el que la acción toma el protagonismo, paradójicamente también lo hacen sus personajes, con Kevin Bacon -como era de esperar- situándose con comodidad por delante de todos y con la película incorporando inesperadamente bien a los viejos protagonistas de manera progresiva.

Superdetective en Hollywood. Alex F se demora un poco de más de lo que debe en estar bien, pero llega a estarlo y entrega momentos tan gratos como la escapada en helicóptero (donde el nuevo director, el australiano Mark Molloy, sí consigue ese sabor a comedia de acción de los 90), ese inexplicable cachondeo a costa de Jupiter Ascending o el clímax a bordo de un camión en la previsible mansión de Beverly Hills, entre alguna otra escena de acción funcional y los previsibles planos de reacción de esa estrella incontenible que es Murphy. La película de Molloy, sin el valor icónico de las entregas previas, no destaca por una manera particularmente elegante de contar nada, pero tampoco lo hacían las anteriores y si uno sabe contextualizar esa noción y disfrutar, lo cierto es que resulta una secuela más que digna y un pasatiempo que, de alguna manera, algunos sentíamos que se nos debía.

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