
A Guy Ritchie, que parece haber encadenado una racha de abundancia (cuatro películas en cuatro años, más la serie de televisión The Gentlemen) le faltaba encarar el género bélico tras exprimir las diferentes vertientes del criminal británico. El ministerio de la guerra sucia, que se estrenó en Amazon Prime Video sin pasar por cines españoles, es una película que tiene su firma: ironía desbocada, dosis de estilo y mucho talante masculino. Su fracaso en la taquilla americana, desde luego inmerecido en esos términos, no enturbia sin embargo los resultados de una película bélica que parece concebida, como también los Malditos bastardos de Tarantino, a modo de homenaje a ciertos clásicos de guerra de los 70 y, como es habitual en su director, tontear desde la escuadra con la mitología de otro icono británico, James Bond.
Que una película de Ritchie protagonizada por Henry Cavill y producida además por Jerry Bruckheimer (cuya mano se aprecia en las dosis de espectáculo de la parte final y otros valores de producción: atención a esa panorámica por la isla de Santa Isabel) haya acabado convertida en contenido da la medida del injusto estreno de El ministerio de la guerra sucia. Basada en hechos reales convenientemente tratados por Ritchie para hacer que no lo parezcan, el británico convierte la misión de un grupo de soldados británicos infiltrados en las filas nazis, basada en el libro Cazadores de nazis de Damien Lewis, en una oportunidad para chapotear en misoginia irónica y… sí, asesinar nazis.
El filme sorprende por su violencia directa, con Ritchie convencido de que la masacre nazi está más que justificada, y por la soberbia actitud de casi todo su reparto, encabezado por un Henry Cavill que demuestra ser la estrella con peor suerte del planeta. Quien da la bofetada, nunca mejor dicho, es Alan Ritchson (de la serie Reacher), un descubrimiento de físico casi absurdo que redirige el film hacia la ironía y la violencia de un film de explotación bélica de la misma década. Mientras la primera mitad sufre de la habitual falta de sustancia en sus personajes, sobre todo secundarios, lo cierto es que Ritchie convierte la ejecución de la misión, que ocupa la segunda hora de largometraje, en toda una centrifugadora de acontecimientos donde es imposible dejar de mirar.
Eso no soluciona la falta de conexión entre los caracteres (sin ir más lejos, los de Cavill y Eiza González) o que, como es habitual en Ritchie, la tensión y el drama brillan por su ausencia salvo en secuencias concretas, aquellas que el realizador decide destacar a través del montaje. Pero al menos cimenta las bases de un entretenimiento de lo más simpático y rematadamente bien filmado con, repetimos, una segunda mitad verdaderamente lograda en la que Ritchie hace una cabriola hacia el género de la "heist movie". Como era de esperar, los cazanazis de Ritchie parecen liquidar alemanes más por aburridos y ordinarios que por malvados, apostando por un tratamiento totalmente lúdico de la historia, y funciona a pesar de no exprimir del todo el material.