Las acusaciones sexuales y riesgo de cancelación que persiguen a Luc Besson en Francia no parecen haber reducido su actividad, solo la taquilla y repercusión de sus últimos proyectos. Un factor que podría ser determinante a la hora de configurar Dogman, su última película, en tanto parece un regreso a los personajes marginales y apartados de sus primeros trabajos, desde Subway hasta Nikita pasando, por supuesto, por León. El Profesional, con una interpretación -la de su protagonista, Caleb Landry-Jones- tan destacable como la de algunos otros vehículos de cine de prestigio perpetrados para la temporada de premios.
Rodada como aquella en Estados Unidos, Dogman se aleja -aunque no abandona- ese tono de thriller de explotación y serie B que ha reportado a su EuropaCorp éxitos como la trilogía Venganza de Liam Neeson, entre otras muchas. Y también como Leon. El Profesional, puede funcionar como fábula de la propia situación personal de Besson en estos días. Ese fascinante (des)equilibrio entre Europa y Estados Unidos, entre thriller y drama, entre las canciones Edith Piaf que canta Douglas y el show de acción de su apresurado último tercio, es la espina dorsal de un film que toma de referencia a un icono como Joker para proponer una derivada políticamente incorrecta de ciertas perspectivas sociales de género que ahora se ajustician con rabia en los medios de comunicación.
La perspectiva de Besson es más ingenua y desvergonzada, más despreocupada pero a la vez personal, sin que ello quiera suponer una falta de respeto para nada o nadie. El protagonista, un joven maltratado que vive con decenas de perros a los que utiliza para cometer ocasionales robos y acaba ejerciendo de "protector" urbano y a un espectáculo trans, es un drag por trabajo y por puro libre albedrío, un fracasado digno de un folletín dramático francés tanto como un héroe vigilante en su vertiente más convencional y americana. Besson utiliza su retrato vital, mezclando thriller con biopic ficcional, para confeccionar una película sincera, sentida y para colmo, bien rodada, donde el talento para el show de su director se traduce en imágenes más modestas pero siempre interesantes y vistosas, planificadas con cierto sentido del espectáculo y un empaque que se sale de las limitaciones del gris drama realista actual.
El talento e interés de los tiroteos de Besson se mezcla con imágenes de un simbolismo de andar por casa que, lejos de arruinar la propuesta, no hacen sino elevar la pureza, ingenuidad y emotividad de una notable película tristemente llamada a ser maldita.