Redirigiendo el cliché del primer Rambo, Acorralado, a los tiempos de George Floyd, la película Rebel Ridge se erige como un tenso thriller con la marca de su autor, Jeremy Saulnier, y quizá una de las mejores películas recientes de la plataforma Netflix. Sin necesitar meterse en la fábula racial, el director, guionista y también montador profundiza de manera paciente en la burocracia que ahoga al ciudadano y oculta la corrupción policial mientras enseña los vicios de la América rural con unos excelentes actores, Aaron Pierre y Don Johnson.
Lo que destaca de Rebel Ridge es, como siempre en el realizador de Green Room, la constante sensación de amenaza, tensión y peligro que se desprende de la odisea de un ex-marine que llega a un pueblo para pagar la fianza de su primo solo para encontrarse toda una red de corrupción policial. Saulnier no necesita desatar la acción hasta el final de una película que concede toda la cancha posible a sus actores, destacando la revelación estelar de un Aaron Pierre (incorporación de última hora sustituyendo a John Boyega) paladeando cada palabra, cada mirada penetrante de su personaje. El juego de miradas, diálogos y careos entre éste y Johnson resultan ejemplares, y la sequedad y ausencia de ironía de la película les concede todo el espacio posible para dominar la escena.
El resultado es una película quizá demasiado larga pero en plena posesión de sus facultades. En calidad de montador, Saulnier se permite crear tensión en cualquier lugar de una historia conocida, como esa edición paralela en la que el protagonista, Terry, le enumera los acrónimos de su unidad militar mientras su verdadera identidad aparece ante un ordenador. A este nivel existen un par de parlamentos míticos que sitúan Rebel Ridge al nivel de Venganza, de Liam Neeson, aunque Saulnier desenreda su trama como un ejemplo de paciente cine negro más que apresurado cine de acción.
El resultado es un film bastante más eficaz que la muy alabada Civil War a la hora de mostrar la violencia larvada en la América Profunda, también elaborar un western moderno que sabe contar los mecanismos de corrupción de las autoridades y la opresión al ciudadano y se toma un tiempo para hacerlo. De modo que, cuando los tiros comienzan, estos tiene lugar con la mayor intensidad posible. Y así, con honestidad y personalidad propia, una película que, sobre el papel, habría sido una más del montón se convierte en un notabilísimo ejercicio de buen cine.