Hay que asumirlo: los tiempos del brillante Michael Bay en la franquicia Transformers han terminado o, en todo caso, son cosa de unos pocos marginados fanáticos de la barroca estética del californiano. Eso sí, en calidad de productor y junto a Steven Spielberg, la dupla sigue exprimiendo la millonaria franquicia juguetera con nuevos spin-off y secuelas entre las que figura esta precuela de animación Transformers One, que nos retrotrae a los tiempos en los que los legendarios Optimus Prime y Megatron, futuros enemigos, no solo eran colegas sino que se hacían llamar respectivamente Orion Pax y D-16…
Recurriendo a una estética más cercana a la mítica serie de dibujos animados, la maniobra nostálgica resulta por tanto bastante justificada. El filme de animación digital de Josh Cooley puede, de hecho, presumir de ser una buena entrada en la franquicia aportando una decente dosis de mitología juguetera y acción. Lejos de infantilizar la trama y pese a unos diálogos simplones, Transformers One aporta un esplendoroso diseño de producción en la creación de Cybertron al tiempo que refuerza la psicología de los personajes con algo más que la ética militar con la que los impregnó Bay.
Preñada de referencias artúricas menos artificiosas que las de El último caballero, el filme va realizando una transición a lo adulto que finalmente se culmina de forma un tanto abrupta, pero sumamente decente: la traición de dos amigos se dibuja en un final épico que conecta con las siguientes entregas de la serie y no carece de ambición. Eso, y las referencias a la opresión obrera (tanto Orion como D-16 comienzan su andadura heroica como mineros) aportan nociones sobre liderazgo y el uso de la fuerza que enriquecen la fórmula de una convencional, pero bien realizada, entrega de animación familiar.