Valerie Donzelli va erigiéndose como una cronista de los sinsabores de la vida en pareja. Si en la muy premiada Declaración de guerra abordaba la enfermedad del hijo, en Solo para mí hace lo propio con el retrato de la experiencia de una mujer maltratada en una película que evita lugares comunes de libro de autoayuda recurriendo a la pura exploración, la del rostro de su diva Virginie Efira, aquí una profesora de francés sometida a un celoso compulsivo a lo largo de los años.
Durante sus primeros compases, el drama romántico va desembocando en un thriller que, lamentablemente, arruina sus propias posibilidades dejando sin explotar un recurso que parecía creado para el suspense: esa hermana gemela también interpretada por Efira que parece que podría tener la última palabra en el vínculo entre los dos amantes. Ese juego adorna esporádicamente la crónica a cámara rápida de una relación apasionada que sigue adelante pese a los avisos en el que Donzelli consigue sostener bien el patetismo, eludiendo lugares comunes de una gastada crónica social.
Como exploración del carácter enfermizo del marido ejercido por Melvin Poupaud, Solo para mí resulta sin embargo un título más logrado: la oscuridad se infiltra poco poco y el peligro solo muestra sus verdaderas fauces cuando es imposible huir de la trampa. El retrato de un matrimonio arruinado por los celos evita así discursos y otros lugares comunes de un cine más politizado aferrándose a la experiencia psicológica, a la obsesión y la angustia, por mucho que el devenir de la trama resulte convencional. Los nostálgicos interludios a piano de Gabriel Yared completan la elegancia de una película que huye de lo decorativo aunque no trasciende, salvo por el ejercicio de actuación de una formidable Virginie Efira, por su timidez a la hora de manejar algunas promesas presentes en el guion.