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Crítica de 'Los destellos', con Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre

Los destellos es un interesante drama rematado por una gran interpretación de Patricia López Arnaiz, premiada en San Sebastián.

Los destellos es un interesante drama rematado por una gran interpretación de Patricia López Arnaiz, premiada en San Sebastián.
Patricia López Arnaiz en Los destellos. | Caramel Films

La magnitud de la muerte ha absorbido la perspectiva de todo relato estándar que implique este hecho irreversible. Y solo por eso, por el cambio de punto de vista, merece la pena mirar con atención Los destellos, que prefiere centrar su atención en el nuevo principio para la persona que observa la marcha.

La película de Pilar Palomero, merecedora del premio en San Sebastián a la Mejor Interpretación para Patricia López Arnaiz, cuenta la historia de Isabel, una mujer que asume los cuidados de su exmarido (Antonio de la Torre) durante la etapa final de su enfermedad. Lo que ocurrió durante su matrimonio es un enigma, pero el resentimiento de Isabel hacia Ramón, a quien no ve desde hace años, es más que evidente.

Que Palomero centre su mirada en la cuidadora que acompaña al enfermo podría parecer un acto egoísta, pero la película se balancea en un difícil equilibrio de candidez y hermetismo que acerca ambos personajes. Palomero cuenta lo justo y necesario, y con ello extirpa de raíz toda ideología ajena a la realidad que ocurre ante nuestros ojos en ese preciso instante, pese a revisar precisamente esos clichés de género. Su mirada entre pacífica y resignada a una familia rota y la vulnerabilidad con la que dibuja una figura masculina esquiva rechaza nociones políticas o enfoques interesados porque va ganando matices sobre la marcha.

El tema aquí es la reconexión de la mujer, no tanto con su exmarido, sino con ella misma, una mirada femenina que en realidad trasciende el género. Mantener las incógnitas sobre la naturaleza de lo que se ha roto incrementa el valor de los gestos de acercamiento que Arnáiz y de la Torre se prodigan, que la cámara de Palomero observa atenta a las variaciones de luz sin que medien palabras. Comparar las miradas de ella al principio del largometraje, cuando está embarcada en la restauración de una casa antigua, con la del desenlace ya traza el arco de una película hecha de momentos, no de explicaciones.

Palomero cuenta una historia de redención para ambos personajes, otorgando un trasfondo sensible y cultivado a un sujeto ermitaño y frustrado que rompe la envarada caracterización de machismo y feminismo, o de muerte y vida, que parece teñir todo reciente retrato social del cine español. Y en ese registro delicado y elegante, quizá demasiado sobrio en lo visual, transcurre un drama que sabe atenuar lo lacrimógeno y lo hermético con cierta candidez, por mucho que quizá, por contrapartida, se quede algo corto de tragedia.

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