Concebida como un juego del gato y el ratón entre un asesino y su víctima, Strange Darling es una película extraordinariamente difícil de describir y comentar. Todo en ella, dejando de lado su división bien marcada en seis capítulos premeditadamente desordenados, supondría hacer un "spoiler" al espectador, que asistirá indignado o complacido a la sucesión de giros argumentales de su segunda mitad.
Lo que sí podemos decir es, no obstante, que la película de J.T. Mollner manifiesta un cierto cambio de tendencia respecto a ese revisionismo de los roles de género a los que hemos estado acostumbrados tras los movimientos feministas de los últimos años... a los que Strange Darling da un buen e irónico baño a través de los roles ejercidos por los dos protagonistas. Que este juego formal, y el contenido ideológico que conlleva (que parece ser en todo caso una intención muy secundaria respecto a la principal, el puro ejercicio de estilo) sea abrazado o no por el espectador depende totalmente la valoración de Strange Darling. Que el caso de la crónica que ahora mismo están leyendo es muy positiva simplemente por el atrevimiento que supone en el contexto que vivimos.
Solo esto es ya bien saludado y bienvenido en una película que, al margen de su artificio demasiado evidente de montaje, está tremendamente bien fotografiada (ojo: en 35 milímetros, tal y como presume la película al principio, por el actor y aquí productor Giovanni Ribisi) y rodada a modo de emulación de los thrillers de explotación estadounidenses de los años setenta que Quentin Tarantino ya recuperó para sus simulacros fílmicos en Death Proof o Planet Terror.
El show, por lo tanto, está garantizado por mucho que la textura granulosa de sus imágenes en tiempos de rutinarias películas de streaming digital ya solo pueda complacer por sí misma a los muy cafeteros. La película, en todo caso, entrega dos fenomenales interpretaciones de Willa Fitzgerald (vista en la primera temporada de Reacher y la serie Scream) y Kyle Gallner, dos buenos actores que piden paso y participan gustosos del juego y cuya labor resulta simplemente inmaculada.
Pese a que al artificio de desordenar premeditadamente las seis secciones de la historia resulta gratuito, esta alteración cronológica puede y debe tomarse como un juego que altera las expectativas del relato y da todo el sentido y personalidad a la película. Un puzzle simple y artificioso que requiere de un espectador que sepa del pacto y quiera bailar con los dos protagonistas, y que la película recompensa con un último tramo trepidante, divertido y desprovisto de concesiones. Strange Darling es, en última instancia, un trepidante thriller de terror con algunos arrebatos violentos memorables, una actuación de Fitzgerald absolutamente categórica y una válida reconciliación de las texturas de la imagen del pasado con las actuales.