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'Pídeme lo que quieras', la erótica adaptacion de Megan Maxwell que excita más bien poco

Se estrena en cines Pídeme lo que quieras, adaptación de la primera novela de la saga editorial de Megan Maxwell.

Se estrena en cines Pídeme lo que quieras, adaptación de la primera novela de la saga editorial de Megan Maxwell.
Pídeme lo que quieras con Gabriela Andrada. | Warner

El público fanático de Cincuenta sombras de Grey y fenómenos similares está de enhorabuena. Basada en el fenómeno editorial de Megan Maxwell, Pídeme lo que quieras podría calificarse como la respuesta española a la saga literaria de E.L. James, que ya conoció tres exitosas pelÍculas protagonizadas por Dakota Johnson. Su adaptación al cine, desde luego, no engaña: se trata un viaje de descubrimiento erótico protagonizado por Judith (Gabriela Andrada), una joven ejecutiva de cuentas, que por caprichos del destino (y la lujuria) acaba liándose con su jefe, el imponente Eric Zimmerman (el italiano Mario Ermito).


Como decimos, Pídeme lo que quieras en realidad no engaña. Disfrutar de la película depende exclusivamente de la tolerancia del público a los caprichos de la trama, a sus atajos para presentar un puñado de escenas eróticas no particularmente escandalosas que enmascaran un pasteleo romántico infantil y más bien poco emocionante. La acción del film se detiene a lo largo de interminables secuencias sexuales en las que los actores fingen placer infinito ante perversiones (¡!) bastante convencionales como taparse los ojos, atarse las manos e invitar a una amiga, o amigo, al baile. Que nadie espere aquí severas reflexiones sobre temas actuales como el consentimiento, aunque casi mejor.

No hay problema, y no desautorizaremos aquí legítimas fantasías sexuales como las descritas más arriba. Tampoco por el evidente punto de vista femenino y juvenil de la historia, que al menos proporciona la oportunidad de añadir ciertos esfuerzos cómicos en la primera mitad. Sí resultan algo más molestos, por ingenuos, el conjunto de estereotipos empresariales que salpican la trama y esa visión de las relaciones de poder entre trabajo y sexo más bien poco afiladas. Pero sobre todo, la impersonal pulcritud visual de la película, que se refleja en caracterizaciones psicológicas más bien planas y diálogos vergonzantes. Adrian Lyne lo hizo mejor notablemente en este aspecto en las voluptuosas Nueve semanas y media o Una proposición indecente.

Preñada de intercambios como "me diste el orgasmo de mi vida"/"Brindo por ello", Pídeme lo que quieras no aporta nada particularmente tórrido al panteón de guarradas del cine erótico o clasificado S. Por lo demás, interiores faltos de vida y movimiento, mucho sexo en primer plano y montajes existenciales a ritmo de videoclip de Malú se van sucediendo durante dos horas, incapaces de generar siquiera vergüenza ajena.

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