
A los noventa y tres años, cumplidos el pasado mes de abril, ha muerto el actor madrileño Manolo Zarzo, a quien en mayo del pasado año le colocaron un marcapasos tras sufrir una crisis cardíaca. El fallecimiento se ha producido en la localidad de Pozuelo de Alarcón. Se separó de su primera esposa, con la que tuvo tres hijos, y luego dos con su actual compañera, veinte años más joven que él. Fue un magnífico galán joven, luego de carácter, que rodó alrededor de ciento cincuenta películas, ninguna de ellas que recordemos como protagonista. Pero con papeles más o menos largos e importantes, dejó en la pantalla, también en la televisión y algo menos en teatro, la huella de su extraordinario talento interpretativo, propio de quien era mucho más que un secundario de lujo. Pocos como él, acaso ninguno, le hizo sombra. Directores de los tres últimos cuartos de siglo del cine español ya sabían que tal o cual personaje del guion que tuvieran entre manos le iba que ni pintado para que lo hiciera Manolo Zarzo. Y si no era del típico chuleta castizo, daba cuenta de su vena dramática, cómica o aventurera, cuando repetía roles en Almería, la época de los "spaguetti-western". También rodó varias coproducciones sobre todo en el cine italiano, junto a Alberto Sordi, Mastroianni y otros divos. Era un todoterreno de la pantalla. Y en lo personal, un tipo simpatiquísimo, amable, siempre con la sonrisa a punto cuando lo saludábamos. En ese aspecto, por su empatía, tampoco muchos otros actores le ganaban.
Hay una breve anécdota que tiene que ver con su identidad, pues la verdadera, la de su carné y pasaporte, respondía a la de Manuel López Zarza, con la a final. Un hermano suyo, mayor, le propuso que para su carrera artística trastocara ese segundo apellido, con una o. Y así quedó para siempre el apelativo de Manolo Zarzo. Lo de Manolo respondía a ese carácter bonachón, bienhumorado, que tenía.
En sus escarceos juveniles dio en apuntarse a una academia donde le dieron clases de canto y baile, que le permitieron conseguir el entonces necesario carné del Sindicato Nacional del Espectáculo, debutando con una compañía de variedades, Los Chavalillos de España, junto a su hermana Josefa. Entonces se anunciaban como Hermanos Zarzo, antes de que él ya se valiera por su cuenta en los escenarios y adaptara el sobrenombre sugerido por su hermano, ya contado líneas atrás. Y en ese tiempo, durante los años de 1949 hasta 1952 (cuando, por cierto, acabaron las cartillas de racionamiento), Manolo se enrolló con otra jovencísima artista, dos años de diferencia con él, llamada Angelines López Segovia. "Lo nuestro fue un amor de la época, de besitos, arrullos, y poco más", confesaba él. Fue un noviazgo que no llegó a mayores, rompieron pero quedando amigos para siempre, antes de que ella se hiciera tan famosa llamándose Lina Morgan, como la apodó su hermano.

Tuvo otros amores Manolo Zarzo, porque con su labia podía conquistar a más de una de sus compañeras. Aunque para casarse prefirió que su esposa no fuera nadie del mundo farandulero: una enfermera de nombre Mari Luz Cañizares, con la que matrimonió en 1959. Tres retoños tuvieron, dos de ellos también actores: Flavia y David. Pero un día aquella unión se resquebrajó, más bien por culpa de ella, que era muy celosa y también, según me confió Manolo, porque de la noche a la mañana se la cruzaron los cables. A ella, quede claro.
La segunda y definitiva mujer que llegó a su vida fue la vendedora de una tienda, Pilar Alonso, su pareja definitiva, la que lo ha cuidado hasta el último día, que le dio dos hijos. Manolo era muy feliz en ese hogar, primero en un piso modesto en una bocacalle de la calle de Fuencarral, en el centro de Madrid, que yo visité, de carácter modesto, como modesto era el actor, aunque por su popularidad, acaso mereciera una vivienda más confortable. Que la tendría al fin en la localidad de Pozuelo de Alarcón, a medio centenar de kilómetros, más o menos, de la capital. Ha sido allí donde por fin el grandísimo actor encontró la paz que buscaba. Creo recordar que, cuando no rodaba una película se entretenía en faenas de carpintería, pues era un manitas.
Desde su debut en la pantalla en 1951 con la película "Día tras día", de ambiente muy madrileño, que le dirigió Antonio del Amo, un republicano que pudo sortear la presión política que existía sobre él, siendo un gran realizador especialista en un cine neorrealista, Manolo Zarzo fue enganchando filme tras filme en aquella década, en títulos muy comerciales como "El pescador de coplas", donde se integró en un reparto de debutantes tales como el cantaor Antonio Molina, Tony Leblanc y Marujita Díaz. Para después intervenir en "Saeta del ruiseñor", a mayor gloria de Joselito. Otros títulos de comedias amables y costumbristas, fueron: "El día de los enamorados", "Margarita se llama mi amor", ya en el decenio de los 60, cuando tuvo oportunidad de trabajar a las órdenes del entonces primerizo Carlos Saura, en "Los golfos", retrato social de unos jóvenes que no acababan de encontrar su camino para ganarse la vida.
En esa filmografía de Manolo Zarzo, lo encontramos junto a Manuel Benítez "El Cordobés", en "Aprendiendo a morir". Y con el Dúo Dinámico en "Los guardiamarinas". Al lado de Paco Martínez Soria en "El abuelo tiene un plan". Y ya en los 80, contratado para intervenciones de mayor entidad dramática en "La colmena", "Entre tinieblas", "Epílogo", "Los Santos inocentes", "Luces de bohemia"…
De la televisión, para recordar dos series destacadas: "Fortunata y Jacinta", en 1980 y en 1989 "Juncal", donde alternaba con Paco Rabal, ambos hermanos en una trama taurina donde se daban la mano la picaresca y la humanidad de ambos personajes.
Con el nuevo siglo la actividad profesional de Manolo Zarzo fue descendiendo, años en los que rodó Tíovivo, película coral de José Luis Garci, hasta culminar su filmografía en 2020 con Amalia en el otoño. Todavía, en sus últimos meses de vida colaboraba con jóvenes cineastas, de modo gratuito, en algún cortometraje.
Aunque por su aspecto no lo delataba, dando la impresión de que era mucho más joven, padeció, amén de su crisis cardíaca, un permanente dolor de espalda en sus últimos años. La causa tuvo que ver con un incidente que toda la prensa nacional difundió en su momento, el de aquel día, 23 de septiembre de 1960, cuando transitando por la madrileña calle de las Carretas advirtió un grupo de gente, pendiente del incendio en un edificio. Y en el momento en el que una joven saltaba al vacío, a Manolo le sobró tiempo para recogerla entre sus brazos, salvándola de una muerte segura. El actor, consecuencia de su acción, sufrió un tremendo golpe en el pecho. Trasladado a un centro sanitario pasó dos horas clínicamente muerto, hasta que reanimado, pudo salvarse. La chica a la que el actor libró de irse al otro mundo, nunca le dio las gracias.
A Manolo Zarzo nunca le preocupó. Su gesto humanitario quedó escondido en un pliegue de su generoso corazón. El de un actor de los más grandes de nuestra cinematografía, la que hoy está de luto.