F1. La Película cuenta al espectador su propia filosofía como entretenimiento durante una partida de poker entre Sonny Hayes, el veterano piloto encarnado por Brad Pitt, y la joven promesa Joshua Pearce (Damson Idris). Los dos machos alfa, naturalmente, intercambian pullas y "one liners" ante la única mujer de reparto, y ese es todo el análisis psicológico que encontraremos en la, por otro lado, espectacular, entretenidísima película de Joseph Kosinski.
El director de Top Gun: Maverick, que ahora mismo agita las expectativas con un cruce entre esta F1 y Días de Trueno de Tom Cruise (a quien también dirigió en la infravalorada Oblivion), sabe que su película, vendida como la saga Misión Imposible como un retorno a los blockbusters "a pie de calle" de antaño, proporciona un espectáculo IMAX donde a prioridad es coger a una de las pocas estrellas de cine que quedan, bajar al espectador al circuito, meterlo dentro de un coche y ofrecer un espectáculo lo más real posible en tiempos de pantalla verde.
Lo consigue plenamente, aunque no sin algunos problemas. El guion del ecléctico Ehren Kruger no acaba de dar vida completa a aquellos secundarios que operan con Sonny Hayes, los encarnados por Idris y Kerry Condon, y solo permite a un excelente Javier Bardem brillar con luz propia frente a Brad Pitt. Eso resta interés a todo lo que no es la peripecia de construir un "coche de combate" y la estrategia, entre simple e indescibrafle -masculinidad alfa obliga- del héroe capaz de pilotar cualquier cosa.
No es una herida de muerte, en absoluto, y casi diríase que es la que mejor puede permitirse dentro del conjunto de bondades de Fórmula 1. La Pelicula, espectáculo en el que Kosinski orquesta con inusitado orden y seguridad las mil fuentes que proporcionan imágenes de la carrera, suma una selección musical pop y rock cercana a las bandas sonoras de antaño (la original es debida a Hans Zimmer, que quizá no supera las cotas de maestría de Rush) y, sobre todo, destaca un diseño de sonido tan cuidado como la propia planificación de las abundantes carreras.
F1 es precisamente eso, un regreso esperamos que ansiado al cine de verano de los noventa y los primeros dos mil, películas donde no estaba en conflicto la integridad del planeta tierra sino el honor y la actitud de un puñado de estrellas de cine en un entorno privilegiado. Los fans de las carreras debustar´n los abundantes cameos, que no son particularmente intrusivos, mientras Kosinski se confirma -de nuevo- como el director que mejor ha entendido el cine de Tony Scott, de Antonine Fuqua, de McTiernan y compañía. Su película quizá no es excelente, pero tampoco lo necesita.