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Crítica: 'Divergente', con Shailene Woodley

Aclaremos desde el principio que Divergente, nueva adaptación de un best-seller juvenil, es una película de todo menos vacía. El trabajo de Neil Burger (El ilusionista), nueva entrega de ciencia ficción romántica, es tanto una alucinación infanto-juvenil como una metáfora alucinada de un orden social y político de resonancias actuales. Pero sobre todo, un thriller paranoico que recita en clave adolescente y "coming of age" los clichés del relato de espionaje clásico. Con todo esto en la balanza, quien diga que el nuevo fenómeno, que se refiere continuamente de libertad pero siente una extraña fascinación por lo marcial, es un producto vacío para púberes de mente hueca, desde luego se ha puesto a mirar el móvil demasiado pronto. Claro que tampoco es demasiado su culpa.

El mayor problema de la última franquicia hollywoodiense (la siguiente entrega, Insurgente, llegará dividida en dos películas) es, precisamente, que le sobra de todo. 140 minutos son muchos minutos para un relato aventurero juvenil, y pese a la dinámica dirección de Burger, que desde luego inyecta variedad gráfica sin abusar de la estética de cómic, el resultado es un pastiche que tarda hora y media en cogernos de la solapa.

Causa cierto respeto, o estupor, cómo la veinteañera Veronica Roth ha logrado introducir todos los temas del imaginario moderno, inquietudes e introspecciones, en una novela que presumimos cohesionada. Divergente navega muy por encima de Crepúsculos y mira directamente a los ojos de Los Juegos del Hambre, pero los que hemos visto todas ellas nos sabemos el cuento y, como en aquella, la saturación tampoco redunda en una especial densidad sino más bien en falta de entonación. La película de Burger se adapta a la perfección a las necesidades de su público, pero expulsa al personal deseoso de una aventura seria, oscura y trepidante, en favor de un ceremonioso e intenso revoltijo que habla de responsabilidades y opresión pero se olvida de la magia, que trata de amor pero sucumbe al conocimiento carnal de un maromo tatuado, que sabe a mil cosas menos a entusiasmo juvenil. Desde luego, el camino del héroe de Christopher Vogler sigue su propia ruta y admite todo tipo de variaciones, asumida ya la construcción del mito del héroe como su propia deconstrucción.

El cliché estructural entrenamiento-romance-revolución domina una película animada sólo por el factor "bitch" de una Kate Winslet que inaugura villanía, aunque hasta en eso la película nos escamotea la pelea de gatas. Por eso y por el inesperado carisma de Theo James, galán de acción de quien probablemente volveremos a hablar, y que junto a la solvente Shailene Woodley aporta algo de miga humana a la parábola, Divergente se ve mejor que otras coetáneas a la moda, aunque sea como un tatuaje de henna de los que se hacen sus protagonistas: quiere ser muy chunga, pero le sobra pose y discurso (¿de verdad nadie en Hollywood se acuerda de Starship Troopers?). Dicho de otro modo, un brillante producto ejecutado con talento y cálculo, pero sin magia.

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