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Pedro Fernández Barbadillo

¿Dónde está el testamento de Franco?

El texto que se suele llamar su testamento político, pero que Franco tituló Despedida, lo escribió en un bloc a mediados de octubre de 1975, unos días antes de caer definitivamente enfermo. Su hija conservó el original.

El texto que se suele llamar su testamento político, pero que Franco tituló Despedida, lo escribió en un bloc a mediados de octubre de 1975, unos días antes de caer definitivamente enfermo. Su hija conservó el original.
Arias Navarro y Franco | Cordon Press

En febrero de 1971, el presidente Richard Nixon envío al general Vernon Walters a Madrid a entrevistarse con el jefe del Estado español para preguntarle qué ocurriría en España después de su muerte. Walters relató la impresionante conversación con un Franco cercano a cumplir los ochenta años y ya deteriorado por el Párkinson en sus memorias y en una entrevista en ABC. El militar, intérprete, diplomático y espía norteamericano quedó conmovido por la serenidad del caudillo, tal como cuenta en Silent Missions:

I walked slowly downstairs wondering how many men in any walk of life could talk so dispassionately about theoir own death.

Franco estaba en contacto con la muerte desde que a los 19 años llegó a Melilla en su primer destino después de graduarse en la Academia Militar de Toledo. Nicolás Gómez Dávila escribió: "El moderno cree que la muerte es "natural", salvo cuando le toca morir". Y Franco se comportó ante su propia muerte de manera poco moderna.

El texto que se suele llamar su testamento político, lo escribió él solo en torno al 18 de octubre de 1975, unos días antes de caer definitivamente enfermo. Así lo relató su hija en una entrevista (El Alcázar, 26-3-1976) hecha por Alfonso Paso y en la que respondía a José Luis López Aranguren, que había puesto en duda la autoría de Franco:

Lo que mi padre me dijo concretamente fue: "Entra en el despacho y, debajo de unos papeles, encontrarás un bloc; tráemelo". Encontré el bloc junto con unos papeles, que le llevé también por si en última instancia me hubiera equivocado. Pidió quedarse a solas conmigo. Se convenció de que lo que le interesaba era lo escrito en el bloc. Y luego, con absoluta serenidad, me dijo: "Léelo, a ver si lo entiendes". Papá tenía cierto pudor por su letra. Creo que les pasa a todas las personas de cierta edad y más si están afectadas por el Parkinson, como le ocurría a mi padre. Él no pronunció la palabra testamento. Dijo, concretamente, despedida. Empecé a leer el texto y había algunas palabras que no entendía. Él me hacía corregir el texto con un bolígrafo. Me ordenó: "Cuando lo pases a limpio, rómpelo".

Original de la despedida de Franco

(…) Yo desobedecí a mi padre. No rompí el original de él. A papá no le gustaban las tachaduras. Cuando mandaba copiar un discurso hacía que le devolvieran el original y lo guardaba, o en algunos casos lo rompía. En fin, pasé el texto a máquina y luego se lo volví a leer a él. Lo único que me hizo corregir finalmente fue el párrafo en el que habla del futuro Rey de España. Mi padre precisó que detrás de esa frase fuera el nombre.

(…) Después me añadió: «Ponlo definitivamente en limpio y si me pasara algo se lo das al Presidente. Si no, pues ya lo romperemos». Jamás pronunció las palabras «si me muero», o "después de mi muerte".

Días después, cuando el estado de salud de Franco empeoró, su hija Carmen entregó las hojas al general José Ramón Gavilán, segundo jefe de la Casa Militar del jefe del Estado, según relata éste en sus memorias, y tan de confianza que cuando Walters vino a Madrid a entrevistarse con Franco, se hospedó en su piso, en la calle del Pintor Rosales.

Carmen se acercó a mí, me cogió del brazo y me introdujo una especie de cucurucho en la bocamanga del uniforme, a la vez que me decía: "Gavilán, tú sabrás lo que tienes que hacer con esto". Una vez a solas, comprobé que aquellas cuartillas eran el testamento de Franco, lo leí y me emocioné. Una vez en mi domicilio, lo guardé en la caja fuerte, informé a mi ayudante acerca del lugar en que se encontraba tan importante documento, por si a mí me pasaba algo, y volví a mi rutina habitual.

El "esperpéntico llanto contenido" de Arias

Gavilán afirma que el 19 de noviembre, perdidas las esperanzas de una recuperación de Franco, entregó el mensaje de éste al presidente de las Cortes, Alejandro Rodríguez Valcárcel

Alechu, toma esto, es el testamento del Caudillo. Tú debes leerlo; Arias no es de fiar.

La respuesta de Valcárcel fue:

José Ramón, no puedo aceptarlo, sólo podría leerlo en la cámara legislativa y tardaría mucho en reunirla. Debes dárselo a Arias.

Valcárcel perdió entonces una ocasión de reforzar su papel en el cambio de régimen que comenzaba. Gavilán no se fiaba del presidente del Gobierno, del que sabía que hablaba mal de Franco y que, encima, era un prepotente y un cobarde (permitió al general Díez Alegría ir a Rumanía y luego negó ante Franco haberle autorizado); pero le entregó las cuartillas con Valcárcel como testigo.

Gavilán añade que el mensaje de televisión en que apareció Arias en la mañana del 20 de noviembre de 1975 para comunicar la muerte del jefe del Estado a los españoles y leer su mensaje estaba grabado.

Cuando vi a Arias en televisión (…) con su esperpéntico llanto contenido, supe que todo era una farsa. Incluso se permitió el lujo de decirle al ministro de Información que él había recibido el testamento de la misma Carmen Franco. Quizás mucha gente no sepa que la alocución había sido grabada, como me confesó el ministro de Información y Turismo, León Herrera: «Le dije: "Presidente, te has emocionado mucho. Hay que repetir". Pero él no quiso, se levantó y se fue.» Llevó su afán de protagonismo hasta las últimas consecuencias.

Las cuartillas mecanografiadas se las quedó Arias, aunque Gavilán le hizo prometerle que se las devolvería. La duquesa de Franco guarda las que escribió su padre y que ella, desobedeciéndole, no rompió.

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