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Pedro Fernández Barbadillo

Un Gran Capitán para pequeños españoles

Este mes de diciembre se cumplen 500 años de la muerte de Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como el Gran Capitán. El aniversario ha pasado desapercibido.

El 2 de diciembre pasado, se cumplieron 500 años del fallecimiento en Loja (Granada) de Gonzalo Fernández de Córdoba, nacido en 1453 y conocido como el Gran Capitán. Como cabe de esperar en un país donde la historia y el orgullo colectivo no existen, el aniversario ha pasado desapercibido.

José María Sánchez de Toca y Fernando Martínez Laínez comienzan su biografía del Gran Capitán recordando que el historiador militar John Keegan en Who’s Who in Military History "le dedica más espacio que a Nelson, Patton o Rommel". De estos tres últimos caudillos, cualquier español que juegue al Call of Duty o vea cine bélico, sabe más que de Gonzalo Fernández de Córdoba, cuyos avances en el arte de la guerra perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial.

Gonzalo nació el mismo año de la caída de Constantinopla ante los turcos, en el seno de una familia aristocrática que se había establecido en Andalucía cuando la reconquista de Sevilla por Fernando III, en 1248. En 1465, con doce años de edad, entró en la corte como paje del infante Alfonso, hermano menor de Isabel. Cuando ésta se convirtió en reina después de derrotar a su sobrina Juana, apodada la Beltraneja, y a su aliado, el rey de Portugal, Alfonso V, y los Reyes Católicos decidieron la conquista definitiva del emirato de Granada, Gonzalo Fernández de Córdoba se unió a las tropas.

En esta larga (1482-1492) y agotadora guerra, basada en golpes de mano, cabalgadas, algaras y correrías, así como en pactos, el joven militar aprendió elementos tan importantes en su posterior carrera como la promoción de sus mejores colaboradores, la diplomacia, la intendencia, además de la necesidad de reorganizar completamente las fuerzas militares, sustituyendo las viejas mesnadas señoriales y milicias locales por un ejército permanente y profesional.

Aragón impone su política a Castilla

El matrimonio real entre Isabel y Fernando tuvo entre otras consecuencias que se impusiese a Castilla la política exterior de Aragón, de modo que Francia pasó de ser la aliada tradicional de Castilla a la enemiga de España hasta la guerra de Sucesión (1701-1714). Aragón implicó la población y los recursos castellanos en Italia y el Mediterráneo. Cuando en 1494 el rey Luis VIII invadió Italia para apoderarse del reino de Nápoles, vinculado a la familia real aragonesa, los Reyes Católicos enviaron a Sicilia al Gran Capitán para auxiliar a Alfonso II, primo de Fernando.

Y ahí Gonzalo Fernández de Córdoba se encontró con su destino. Sus virtudes y su clarividencia dieron frutos en la victoria de Ceriñola (28 de abril de 1503), en que el español aplastó a las tropas francesas: los arcabuceros derrotaron a la caballería pesada.

El mariscal británico Bernard Law Montmogery califica así al Gran Capitán en su obra Historia del arte de la guerra:

"El hombre que primero reconoció la potencialidad táctica del arcabucero, el soldado de infantería equipado con un arma de fuego, y quien primero lo integró en un sistema táctico afortunado, fue Gonzalo de Córdoba. (…) Llegó a la conclusión de que la clave del éxito estaba en los arcabuceros, y, de acuerdo con ello, aumentó grandemente su número. Los equipó con los arcabuces más modernos llevando además cada hombre una bolsa con balas, una mecha, material de limpieza, una baqueta y pólvora en unos tubos colgados de la bandolera. Estaban armados además con una espada y protegíanse con un casco, pero escasamente llevaban otra armadura corporal. Juzgaba Gonzalo que un número suficiente de arcabucero sólidamente atrincherados podían contener el asalto de cualquier número de ballesteros, piqueros o caballería, exactamente como hicieran los arqueros ingleses armados con el arco largo".

Ceriñola, según Montgomery,

"en la historia de las guerras representó un punto crucial de la máxima importancia", porque "había elevado al soldado de infantería armada con un arcabuz al rango de combatiente más importante en el campo de batalla".

Batalla de Pavía

Sus sucesores mantuvieron su táctica. La batalla de Bicoca (1522), librada por parte española por Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, y Prospero Colonna, "fue la vindicación total de su nuevo sistema": los arcabuceros derrotaron a la mejor infantería de Europa, los piqueros suizos. Tres años más tarde, en Pavía, los arcabuceros, mandados por Antonio de Leyva, otro veterano de las guerras de Granada, y, de nuevo, Ávalos, derrotaron a los franceses y capturaron a su rey, Francisco I. En esta ocasión, los arcabuceros no se limitaron a esperar la carga enemiga detrás de protecciones, sino que maniobraron en campo abierto, rodearon el flanco enemigo y diezmaron la caballería francesa con rápidas descargas. A partir de entonces, y durante más de un siglo y medio, los tercios españoles, en colaboración con una excelente armada, dominaron los campos de batalla de Europa.

Como ha escrito José Enrique Ruiz-Doménec, biógrafo del Gran Capitán, éste,

"llevó a cabo una nueva concepción del arte de la guerra, un instrumento de poder como no lo había tenido ningún rey hispánico hasta entonces, y fundamento en último término del futuro imperio".

En la construcción de su leyenda tan importante como su genio militar fueron otros dos factores. Uno, su comportamiento caballeroso con los vencidos, como sus lágrimas ante el cadáver del duque de Nemours, derrotado por él en Ceriñola, hasta el punto de causar protestas de sus soldados. Y el otro, el desagradecimiento del rey Fernando, que prestó oídos a las murmuraciones y las envidias que le llegaban de Italia. En cuanto murió la reina Isabel, Gonzalo perdió a su protectora en la corte.

Las venganzas francesas

En 1506, el rey Fernando, casado ya con Germana de Foix, se reunió con el Gran Capitán en Nápoles, en una escena teatralizada por Lope de Vega en Las cuentas del Gran Capitán. Con gran inteligencia, el francés Luis XII elogió al militar para aumentar los celos del monarca español. Éste le destituyó del virreinato de Nápoles y le ordenó que regresase a España, aunque, para endulzar el disgusto, prometió al Gran Capitán el maestrazgo de la Orden de Santiago, promesa que no cumplió.

En 1508, la reina Juana la Loca le nombró alcalde de Loja y le dio las rentas de la seda de Granada. Don Gonzalo convirtió la ciudad andaluza, según Ruiz-Doménec, "en un observatorio de la política nacional y de la internacional, una pequeña corte a la que acudían celebridades del campo de la literatura, lo que aumentaba los recelos del Rey (Fernando), cada vez más predispuesto a favor del duque de Alba, y las envidias del marqués de Mondéjar afincado en Granada". Se carteó con el cardenal Cisneros y recibió al historiador florentino Francesco Guicciardini.

Gonzalo Fernández de Córdoba por José de Madrazo

La victoria del rey francés Luis XII en Rávena (abril de 1512) indujo al Papado y la República de Venecia a solicitar que se recuperarse a Fernández de Córdoba y se le nombrase generalísimo, pero Fernando el Católico se negó a recuperar a su servidor, que además falleció en diciembre de 1515. Unas pocas semanas después, el 23 de enero, moría el rey Fernando.

A los tres siglos de la muerte de Fernández de Córdoba, los franceses de la Revolución y el Imperio napoleónico no habían olvidado las derrotas que había infligido a los Valois y Borbones. Como señala Luis Sanz Sampelayo, el 16 de septiembre de 1812, la soldadesca francesa acuartelada en el monasterio granadino de San Jerónimo profanó la tumba del militar español; y el general Horace Sebastiani, cuyo nombre está inscrito en el Arco del Triunfo de París, robó la espada que el papa Alejandro VI regaló al Gran Capitán por haber derrotado en 1497 al pirata vasco Menaldo Guerri, que había tomado el puerto de Ostia y saqueaba los barcos que transportaban alimentos a Roma.

Los pocos que le honran en España son los legionarios, una de cuyas unidades llevan su nombre: Tercio Gran Capitán, acuartelado en Melilla. Para los españoles de la Logse, que desconocen dónde nacen y desembocan los ríos que atraviesan sus comunidades autónomas, Gran Capitán no pasa de ser una marca de queso.

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